Me animé a escribir mi testimonio porque he conocido a tantas chicas y chicos que se convierten en esclavos de los placeres en busca de un amor verdadero, de la verdadera felicidad y del sentirse amados. Eso fue lo que también me sucedió a mí. Ahora tengo 17 años, y gracias a La Opción V puedo decir que nuevamente me amo a mí misma y tengo paz en mi corazón.
Todo comenzó cuando tuve mi primer novio. Él era para mí el más guapo, atento, caballeroso, el hombre de mis sueños, pero la verdad es que sólo eran mis idealizaciones, porque nunca lo conocí de verdad. Recuerdo que nos hicimos novios muy rápido. En ese entonces tenía yo 14 años. A mis padres no les parecía que yo tuviese novio, así que en vez de escucharlos les mentí para salir con él. Con él era muy tímida y trataba de demostrarle que podía ser como las otras chicas, pero siempre que estaba con él, aunque no fuese lo que yo creía que era, lo respeté mucho. ¡Le guardaba tanto cariño y aprecio! Siempre procuraba que él se sintiera bien conmigo el poco tiempo que nos veíamos.
Por su parte, él siempre actuó de manera extraña. Cuando estaba con él era atento, caballeroso, me escuchaba, etc., ¡era un “príncipe”! Pero cuando estábamos juntos en público siempre era muy distante, me ignoraba o simplemente hacía como que no me conocía. Yo justificaba todo eso, pues estaba totalmente cegada. Después de medio año de novios di cuenta que se comportaba así porque ¡él estaba con otra chica al mismo tiempo que conmigo! Cuando me enteré evidentemente me puse muy triste, lloré mucho y me entró gran una rabia hacia mí misma. En el fondo sabía que él no me quería pero de alguna manera esas atenciones que tenía hacia mí me hacían sentir amada por un momento.
Como mis padres no sabían nada todos estos sentimientos me los guardé para mí misma. Entré en una depresión muy grande y todo ese coraje que sentía lo descargaba conmigo misma. Comencé a decirme a mí misma que era fea, que estaba gorda y que por eso me había dejado, y que si bajaba de peso tal vez él se arrepentiría. Fue por eso que dejé de comer, vomitaba y solo comía una manzana y un vaso de agua en todo el día. Además de eso empecé a hacer deportes de una manera excesiva. Después de un tiempo él me volvió a buscar y yo estaba segura que era porque había bajado de peso, y que después de todo, lo que había hecho “estaba funcionando”.
Volvimos y esta vez sus papás se enteraron de nuestra relación. A ellos les parecía una buena chica, y yo me sentía muy afortunada. Su papá me trataba de maravilla. Era muy atento, siempre quería que saliera con su hijo, me halagaba, me decía cumplidos que me hacían sentirme una chica fabulosa. Mi novio, por su parte, me decía que se quería casar conmigo, que “yo y él para siempre”, ¡y a mí se me olvidaba que tan sólo tenía 14 años!
Inducida por su padre yo les conté a mis padres que tenía novio. Cuando se lo conté a mi papá vi reflejarse en sus ojos una gran tristeza, pero como él me veía feliz, me apoyó más a la fuerza. ¡Yo era la chica más feliz del mundo!
Pronto llegaron los preparativos para la fiesta de mis 15 años. El papá de mi novio me pidió mi número de teléfono y se lo di, pues a mí me parecía de lo más normal. Me decía a mí misma, “no tiene nada malo, es su papá”. Al poco tiempo comencé a sentirme extraña cuando a mi teléfono me llegaban recargas de tiempo. Su papá comenzó a comprarme obsequios y a mí al principio me pareció que no era nada malo, pero cuando comenzó a decirme que no dijera nada, fue cuando me dije: “esto no es normal, esto no debe ser”.
Fue entonces cuando sentí mucho miedo. No le dije nada al chico que en ese entonces era mi novio, a mis papás menos, y así continuaron las angustias, más aún cuando su papá me decía que lo acompañara a tal parte, que fuera con él, y comenzó a amenazarme. Yo ya no sabía qué hacer. Me sentía muy mal porque aumentaban los regalos, hasta que un día me regaló ropa interior muy provocativa. Él me decía que no era con ninguna intención mala, que no dijera nada porque mi papá se enojaría y su hijo igual, y que ya no podría estar con él si se enteraban. Yo, como estaba enamoradísima de él porque era de la única persona de la cual recibía un amor que jamás había sentido —además de que era mi primer novio—, estaba entre la espada y la pared. No sabía qué hacer. Todo esto solo lo sabíamos yo y su papá.
Luego empezó a regalarme más ropa interior, demasiado vulgar, y yo lloraba sin saber qué hacer. Me sentía demasiado sola. Volví a caer en trastornos alimenticios, aún más fuertes. Quedé hecha un palo, no me reconocía a mí misma, ya no quería tener celular porque me asustaba el solo hecho de saber que recibiría un mensaje suyo.
Un día me envió un mensaje pidiéndome fotos con aquella ropa puesta. Me amenazaba diciéndome que su hijo ya no iba a estar conmigo si no lo hacía, porque le iba a decir que yo lo provocaba, ¡y que qué pensarían mis padres! Fue entonces que me dije: “no, no lo haré, ya es suficiente, no más”. Tire mi celular, no le contesté ese mensaje jamás. El chico que era mi novio me comenzó a notar distante y terminó conmigo. Yo lloré mucho, pero sabía que aunque me doliera, era lo mejor.
Con mis trastornos alimenticios duré mucho tiempo. Pasados mis 15 años comenzó una lucha para dejar de vomitar y comer más. Mis padres se dieron cuenta de que vomitaba, que no comía, mis tías y todos mis familiares se dieron cuenta. Se veía en sus rostros la gran tristeza que sentían al ver que me estaba destruyendo yo misma. Me llevaron a psicólogos que no me ayudaron en nada. Mis papás ya estaban desesperados. En el colegio bajé de calificaciones, faltaba mucho a clases, mis compañeros también se dieron cuenta de mi delgadez, se me caía el pelo. Yo sentía un gran vacío, solo quería que alguien me abrazara y me dijera que no iba a pasar nada, que me amaban, solo quería un abrazo y sentirme apoyada.
Aun no pasaba esta crisis cuando este señor vuelve a buscarme de una manera más agresiva, como si le perteneciera. Yo, como siempre, no sabía qué hacer. Mis papás solo pensaban que era una crisis de adolescencia, que estaba actuando exageradamente, que era una vanidosa por querer estar delgada, pero no, era más una falta de amor, de apoyo. Todos los días me desbordaba en lágrimas, llegué a lastimarme con navajas y ya no quería ir a la escuela, pero no quería decepcionar a mis padres. Los acosos seguían, ahora de una manera más subida de tono. Me quería enseñar videos pornográficos, sentía que si eso era el mundo y lo que hacían los esposos, no quería jamás casarme ni tener hijos, que era lo peor. Finalmente llegó el día en que trató de abusar de mí. Casi lo logró, no sé de donde saqué fuerzas, solo recuerdo que en ese momento miré hacia arriba y dije: “Señor, Padre mío, dame fuerzas, yo sé que tú no quieres esto para mí”, y huí.
Fue entonces cuando mi papá, no sé si fue instinto o si sabía que algo pasaba conmigo, habló conmigo y le conté todo. En sus ojos se veía un odio inmenso y a mí, llena de miedo, no se me ocurrió más que abrazarlo y decirle que ya no podía más. Lloró conmigo, me dijo que lo perdonara por alejarse de mí cuando más lo necesitaba. Mi madre no lo podía creer y mis hermanos estaban llenos de confusión. Desde ese día me propuse luchar, levantarme, mis familiares tarde o temprano se enteraron por mis padres. No sabía si denunciarlo o no, pero decidí no denunciarlo porque no quería que la familia de este chico, al cual aún le guardaba un enorme cariño, se destruyera. Ahora, sin embargo, he decidido denunciarlo –he hablado ya con mi padre para eso–, porque sé que si nadie lo hace él seguirá intentándolo con otras jóvenes como yo.
Llegué a sentir odio y rabia hacia él y toda su familia, pero después de un tiempo sentí la gran necesidad de ir a confesarme. Tenía que sanar mi alma, quitarme todos estos malos sentimientos y que Dios me perdonara por haber descargado toda mi rabia con mi cuerpo. Acudí a confesarme, este sacramento me fue acercando más a Dios y al perdón conmigo misma para poder perdonar a esta persona.
Ya en bachillerato —tenía 15 años— el chico que había sido mi primer novio, que estaba estudiando en el mismo plantel, me comenzó hablar. Yo de una manera amable le hablaba. Él quería que nos diésemos otra oportunidad. Decidí contarle lo de su padre. En sus ojos pude ver una gran tristeza. No me dijo nada, solo se fue.
Pasaron unos seis meses y él me comenzó hablar nuevamente. Yo no veía nada de malo en ello. Un día me invitó a salir, pero esta vez sentía algo extraño, puesto que me decía que fuera a su casa, que no había nadie. Yo no comprendía, aun sentía tanto amor por él. Dentro de nuestro noviazgo de secundaria solo lo llegué a besar tres veces, lo recuerdo bien, pero sentía que eso no era necesario para pasárnosla bien.
Un día me comenzó a decir que me deseaba, que me amaba y que si aún recordaba todo lo que habíamos pasado. Yo volví a sentir cosas por él, pero sabía que no era el mismo sentimiento de antes. Me citó una noche, me dijo que iríamos a una casa cercana. Yo ya sabía lo que pasaría, pero trataba de pensar que no pasaba nada. Fue aquí donde sin darme cuenta me alejé nuevamente de Dios. Esa noche tuvimos relaciones. Él supo cómo manipularme, decía que me quería. Yo sabía que mi amor por él aún estaba ahí porque había cedido rápidamente, y para justificar lo que había hecho me decía a mí misma, “todas las chicas lo hacen, ¿qué de malo puede tener? ¡Él sí me ama!”
Poco a poco él quería más. Me empezó a decir que le mandara fotos, que “para quererme más” le mandase una sola foto, pero fue ahí donde recordé a su padre y me dije, “¿qué estás haciendo? ¿Quieres volver a lo mismo con él? Él está usando ese amor que tú sientes por él para que le des lo que su padre quería de ti”. Entendí que así como su papá utilizaba el amor que sentía por él para manipularme, él igual lo estaba haciendo. Allí me empecé a dar cuenta de lo valioso que era mi cuerpo y a quién le había entregado lo más sagrado que tenía, mi virginidad.
Me di cuenta que tal vez nunca conocí lo suficiente a ese chico, que ya no podía hacer nada para regresar el tiempo, pero que sí podía comenzar nuevamente. Fue entonces cuando comencé a ver videos sobre conferencias católicas, sobre la familia, y fue así como descubrí La Opción V, buscando un video de cómo dejar de masturbarse, porque lamentablemente también caí en eso, todo por el feminismo y la escuela que te dice que “esto no es nada malo”, que “si no quieres lidiar con un hombre tú puedes provocarte placer a ti misma”. Sin embargo, cuando lo hacía me sentía sucia y con mucha vergüenza. En mi interior decía que si esto que estaba haciendo fuera bueno, pues no me daría vergüenza, pero era todo lo contrario.
Cuando vi este video de La Opción V me propuse cambiar, fui a confesarme, me sentí aliviada de todo lo que había hecho, les enseñé varios videos a mis hermanos, y poco a poco regresé como aquél hijo pródigo a la casa de su padre, lleno de vergüenza, pero sabiendo que este es el camino. ¡Jamás había sentido tanta paz, tanto amor hacia mí misma!
Ahora no tengo novio y llevo bastante tiempo sola, pero me conozco más a mí misma, mi familia está más unida, a mis hermanos les he hablado de La Opción V, vemos los videos juntos, mi vida cambió totalmente para bien.
Ahora estoy viviendo la hermosa virtud de la castidad, una virtud que nos hace verdaderamente libres y nos acerca a ese verdadero amor que merecemos y buscamos. Yo sé que sí hay dificultades, pero también sé que con la fuerza de Dios se puede luchar y vencer estas pruebas. Si tú, como yo, has decidido vivir esta hermosa virtud, ¡no te rindas! ¡No te conformes! ¡Lucha por lo que te mereces! Recuerda que si quieres algo que valga la pena —y el amor verdadero sí que vale la pena—, ¡tú también tienes que estar a la altura!
¡Gracias LOV!
L., 17 años, México. Testimonio escrito para La Opción V.
* ¡Este Blog es un espacio creado para ti! Tú también puedes enviarnos tus preguntas, testimonio o reflexiones a laopcionv@gmail.com, con nuestro compromiso de guardar tu identidad en la más absoluta reserva. Con tu colaboración y participación podremos ser cada vez más quienes creemos que el amor verdadero sí existe, y que el camino para alcanzarlo es la castidad!
** Todas las publicaciones en este Blog son de propiedad de La Opción V, a menos que procedan de otra fuente. Pueden ser difundidas libremente, por cualquier medio, consignando siempre la fuente. Está terminantemente prohibida su reproducción total o parcial con fines de lucro.