“Yo siempre le decía que no hacíamos mal, pues era por amor”

Muchos jóvenes se entregan sexualmente «porque nos amamos». Pero, ¿en verdad es amor? El verdadero amor sabe esperar…

Perdí la virginidad a los 16 años. Fue con mi primer enamorado, a los 10 meses de haber comenzado la relación. Me engañaba a mí misma diciéndome que no era algo pasajero, sino que realmente lo «amaba». Él pertenecía a un grupo católico y me decía que sentía que hacíamos mal, pero yo siempre le decía que no era así, pues era por amor.

Pasaron los meses y efectivamente ocurrió lo que ocurre cuando te adelantas a vivir algo que no te corresponde: la relación se deterioró muchísimo, y a los pocos meses terminó. Yo me sentí utilizada y muy poco valorada.

Pasaron los años y por la amargura me convertí en una feminista antihombres… Pensaba que debía utilizarlos, al punto que no me quería casar nunca… pero sí quería tener hijos, así que a los 30 años iba a hacerme una inseminación artificial. Yo no necesitaba de los hombres.

Pocos meses después me vinculé a un grupo católico y me invitaron a ir a un retiro. Fui. Llegó el momento de prepararse para la confesión y allí escribí mis pecados en una hoja, incluyendo aquél que había cometido hacía ya 11 años. En el momento de leérselos al Padre nunca le dije que fueron cometidos hace tanto tiempo, sólo empecé a decirlos. El Padre me interrumpió y me dijo: “¿Por qué te sigues atormentando por eso? ¡El Señor ya te perdonó!” A mí me desconcertó porque no tenía forma de saber que me estaba confesando por pecados cometidos en el pasado. Entonces empecé a entender el poder del Sacramento de la Reconciliación, fue el primer abrazo consciente de misericordia que sentí de Dios. A partir de entonces empecé a sentir paz en el corazón, aunque no dejaba de sentirme mal cada vez que pensaba que podía haber evitado todo lo que había hecho.

Al poco tiempo empecé a salir con un chico, a quien en un momento de sinceridad le conté todo sobre mi pasado. Él me habló de una segunda virginidad. Yo pensé que me hablaba de alguna fantasía o juego mental para que yo no me sintiese mal por lo ocurrido. Sin embargo él me dijo con mucha convicción que si yo prometía ante Dios luchar por vivir la castidad, volvería a ser pura, pues la pureza no la determinaba la biología sino el corazón.

Hoy estoy a punto de cumplir 30 años y de casarme con aquel chico que me habló de la segunda virginidad, y con quien hemos luchado por mantenernos en una relación casta. Estoy segura que Dios me ha regalado el don de la pureza y que para Él y para mi futuro esposo soy una página en blanco. ¡Puedo garantizar que la segunda virginidad sí es real y que cualquier lucha por la castidad vale la pena!

Sin Su amor y su misericordia hoy mis hijos estuvieran pensados como un producto, concebidos en tubos de ensayo y con un padre desconocido. Con Él, hoy estoy segura que mi familia será el mejor regalo de Dios para mí.

Espero que este testimonio ayude a más chicas que, como yo durante tantos años, se han llenado de amargura y han querido vengarse del mundo entero al sentirse burladas y usadas. También para ustedes hay una salida, hay misericordia y perdón, hay una nueva oportunidad para hacer las cosas bien en adelante, hay posibilidad de perdonarse a sí mismas y encontrar el amor verdadero.

V. P., 30 años, Ecuador.

 

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