¡Sólo una verdadera dama puede hacer de un hombre un verdadero caballero!
Cuando somos pequeños muchos de nosotros, los hombres, estamos expuestos a una formación familiar o social extremadamente “de machos”. Crecemos queriendo que el tiempo pase muy rápido y hacer cosas de “grandes” sin aprovechar ese tiempo que Dios nos da para disfrutarlo inocentemente, aprendiendo de a pocos, paso a paso.
A pesar de todas esas cosas buenas que he tenido en mi vida debo decir que crecí con pensamientos muy confundidos acerca de cómo llevar una relación y mi rol como hombre. Considero que nosotros somos más débiles que las mujeres, ellas definitivamente son más fuertes que nosotros en muchos aspectos, pero muchas veces son tan frágiles ante ese “amor” común y desechable que hoy en día les vende la sociedad y convive en el corazón de los hombres.
Desde pequeño anhelé una relación como la de mis padres. No es perfecta, pero tienen bases muy sólidas: buena comunicación, se conocen bien, se aman, se cuidan entre ellos, van a Misa todos los Domingos. Siempre quise conocer a una mujer como mi madre: responsable con la familia, que ame a Dios sobre todas las cosas, que me haga crecer en lo espiritual y muchas otras cosas esenciales. De igual manera me parecía lógico que si yo esperaba eso de una mujer, yo debería ser ese hombre que siga el ejemplo de San José, hombre justo.
La verdad es que el camino para llegar a ser eso es demasiado complejo, despojarte del día a día, tratar de ser diferente parece imposible, negarte a propuestas “interesantes” de tus amigos es un verdadero reto, decir que NO o parar la mano cuando debías hacerlo, otro tanto complicado.
Cometí infinitos errores desde que era un niño. Luego, en mi adolescencia, cuando creí conocer por primera vez el “amor”, la fregué varias veces y después, aún cuando fui consciente de esas experiencias erróneas, volví a caer. No sabía hasta cuándo sucedería esto. Puedo resumir que gran parte de mi vida tuvo muchos desaciertos de los cuales he aprendido y que en estos últimos años estoy esforzándome por hacer las cosas bien, como Dios quiere.
Hoy tengo 26 años, llevo una relación de casi 5 años con una mujer 3 años menor que yo, mujer que me ha enseñado y demostrado que el amor puro y santo ¡sí existe! La lucha contra la tentación no ha sido fácil, fuimos ingenuos muchísimas veces y de esos malos tratos, por los que sentimos que nos habíamos fallado a nosotros mismos, el uno al otro y a Dios, hemos ido aprendiendo y madurando.
En honor a la verdad, no fueron fáciles los inicios de nuestra relación, y les puede sonar exagerado lo que les voy a contar. Tenía yo 22 años cuando la conocí y ella 19, y las reglas que nos habían puesto sus padres eran tan básicas pero a la vez tan complicadas de cumplir: no podía llamarla más de las 9 de la noche, ¡y el primer mensaje de texto que le envié para invitarla a salir no tuvo respuesta sino hasta el siguiente día porque cuando lo hice, eran pasadas las 10 de la noche! No pude ir a su casa al principio y peor entrar a ella aún cuando sus padres estaban ahí dentro. Obvio que ella no podía ir a mi casa tampoco. Sin embargo, las cortas horas de permiso que tenía para salir conmigo se volvieron mis mejores amigas. Debíamos respetar la hora de salida y de llegada, ¡ni un minuto más de lo acordado! Sino, sencillamente ¡ardía Troya! Las primeras salidas yo la veía llegar y la veía irse, sus padres eran responsables y muy estrictos. ¡La primera vez que hablé con sus padres recuerdo que fue más complicado que la sustentación de mi tesis cuando me gradué en la universidad! ¡Estuve tan nervioso! Podría seguir contando muchas otras experiencias de este tipo, pero el punto al que quiero llegar es que todos estos detalles —que a los ojos del mundo son “anticuados” o “demasiado tradicionales”— eran la garantía para saber con la clase de mujer con la que estaba, y eso fue lo que me enamoró profundamente de ella: ¡tuve que pasar todo eso para encontrar a la mujer que siempre quise!
Todo lo anteriormente dicho ha cambiado de cierta forma porque hoy hay flexibilidad, pero siguen existiendo las reglas de sus padres que aún como enamorados respetamos. No fue fácil aceptarlas, tuve que ceder en mucho y renunciar a muchas cosas, puesto que estuve acostumbrado a otras cosas, ahora comprendo que todo tenía su propósito. ¿Podía encontrar de otra manera a la mujer de mis sueños, si no era sacrificándome a mí mismo y cambiando “las maneras” aprendidas desde pequeño de cómo un “macho” encuentra a su “hembra”? Pues no, este sacrificio era necesario para encontrar el amor puro y verdadero en una mujer excepcional. Hoy no quiero ni pensar qué habría pasado si no hubiésemos luchado y optado por vivir el camino de la pureza, si en vez de corregirnos oportunamente en los excesos cometidos al principio, yo hubiese presionado un poco más o ella se hubiese dejado llevar “por amor”. Sencillamente, habría destrozado el amor profundo y verdadero del que ahora podemos disfrutar…
El que menos hoy te dice “no sabes lo que te pierdes” cuando hacen una opción por vivir la castidad, pero yo les puedo decir a ellos ahora con toda serenidad y verdad: “eres tú quien no sabes lo que te pierdes”. En efecto, muchos por querer “avanzar rápido” y querer disfrutar del “éxtasis” que sin duda produce el placer de un momento, se pierden literalmente el amor verdadero y todo el gozo y paz que éste puede traer a nuestros corazones.
La clave para seguir en la batalla de la castidad ha sido nuestro sueño de esperar al momento fijado por Dios —el matrimonio— para la entrega total. Hemos buscado medios de formación en pareja para lograrlo, que hoy en día existen. A partir de esta opción por vivir la virtud de la castidad mi enamorada y yo tenemos conversaciones muy profundas, basadas en nuevas experiencias compartidas. Así mismo hablamos de la santidad como algo alcanzable. Sin duda alguna debo afirmar que no sirve de nada asistir a miles de cursos si en nuestros corazones —¡de ambos!— no está cimentado ese anhelo de pureza y santidad. Si uno de los lados no colabora, simplemente ese anhelo se derrumba, pues la tentación está a la orden del día y nosotros debemos ser fuertes para evitarlas, pero fuertes en la gracia.
Alguna vez un sacerdote me dijo en una confesión: ¿Por qué luchar contra la tentación, si la podemos evadir o evitar? ¡Y es verdad! es muy sabio ese cuestionamiento y muy acertado. La lucha se hace muy fuerte si ambos —como suele hacer muchos enamorados hoy en día— se meten en sus cuartos y cierran la puerta tras de sí. ¡Te ahorrarás toda esa lucha si sencillamente no te expones!
Me gustaría cerrar este testimonio invitando a todos los “machos” a que seamos verdaderos caballeros y dignos hijos de Dios, que tengamos a San José siempre presente y que pidamos su intercesión para llegar a ser hombres puros y castos. ¡Sólo así podremos ser agentes de cambio en esta sociedad que necesita de cambios urgentes y radicales! ¡Los invito a seguir luchando por vivir la castidad como un estilo de vida! Y ante cualquier caída, ¡los invito a pedir perdón, levantar la cabeza y volver a la batalla! Finalmente los invito a seguir confiando, a buscar el verdadero amor y luchar por él, porque hoy puedo dar fe de que sí existe!
A. A., 26 años, Ecuador.
Testimonio escrito para la La Opción V:
https://www.facebook.com/LaOpcionV
http://laopcionv.wordpress.com
* ¡Este Blog es un espacio creado para ti! Tú también puedes enviarnos tus preguntas, testimonio o reflexiones a laopcionv@gmail.com, con nuestro compromiso, si tal es tu intención, de guardar tu identidad en la más absoluta reserva. Con tu colaboración y participación podremos ser cada vez más quienes creemos que el amor verdadero sí existe, y que el camino para alcanzarlo es la castidad!
** Todas las publicaciones en este Blog son de propiedad de la LaOpcionV. Pueden ser difundidas libremente, por cualquier medio, consignando siempre la fuente. Está terminantemente prohibida su reproducción total o parcial con fines de lucro.