“Sólo si te entregas a mí sabré que realmente me amas”

¡Hola! Tengo 25 años; crecí dentro de una familia muy católica, siempre mis padres y mis formadores religiosos me enseñaron a distinguir lo bueno y lo malo y a descubrir la belleza de la pureza. Pero a medida que iba creciendo, y especialmente en la Universidad, mi mentalidad cambió. Recuerdo que en el entorno de mis amistades en su mayoría era tan corrompidos, que hablar de sexo era lo más natural. Yo, por no quedarme en menos y por vergüenza que sepan que era la única virgen, muchas veces mentía que ya no lo era. Así que cuando tuve mi primer enamorado a los 18 años fue lo más natural que él me pidiera acostarse conmigo, y me decía a mí misma que si ya todas mis amigas lo habían hecho, ¿qué yo no? Pero en esos momentos de tentación algo me detenía, y eran los consejos de mi madre y de los sacerdotes con quienes me confesaba los que me llenaron de fortaleza para ponerle fin a esa relación que no me estaba llevando a nada bueno.

Es realmente difícil encontrar chicos que quieran vivir la castidad. Hasta la fecha ninguno de los enamorados (novios) que he tenido buscaban tener una relación amorosa pura, todos me proponían lo mismo, y escuchaba las mismas frases como:

“Sólo si te entregas a mí sabré que realmente me amas”; “La virginidad no existe, sólo está en tu mente”; “Si no lo haces conmigo, caerás con otro”; “¿Por qué te guardas tanto? Al final te vas a meter con un viejo por tanto esperar”, y otras frases semejantes que me hacían dudar de mi propósito, de mis ideales y de mí misma.

¿Te las han dicho alguna vez? Sólo buscan rebajar tus estándares para obtener lo que quieren. Todas esas frases nos son sino expresión de un inmenso egoísmo del hombre, que antes que en ti piensa en sí mismo y te pide que tú “le demuestres” que lo amas en vez de demostrarte él que te ama respetando tu decisión y propósito de guardarte. Sí, la famosa “prueba de amor” que el hombre los exige a las mujeres no es sino la prueba de su enorme egoísmo, pues en vez de dominarse él para respetarte a ti te pide que tú te sacrifiques a sus bajos instintos o “necesidades” sólo para satisfacerse. Si tu enamorado o novio te dice “entrégate a mí para demostrarme que me amas”, tú debes responderle con firmeza y decisión: “tú eres quien debe demostrarme que me amas respetándome, respetando mi propósito de guardarme, respetando mi virginidad”, y eso no “hasta que estés lista”, sino ¡hasta el matrimonio! En realidad, esa es la verdadera prueba de amor, y la prueba de un amor verdadero.

Pero bueno, terminar con ellos no fue tan difícil como lo fue con mi última relación amorosa. Éramos amigos, luego parecía que los dos estábamos hechos el uno para el otro y fuimos enamorados (novios). Todo marchaba bien. Los primeros meses todo parecía perfecto y me enamoré muchísimo de él. Él sabía que yo era virgen, y decidió respetarme en todo momento.

Pero todo cambió cuando él se trasladó a otra ciudad al recibir una buena oferta de trabajo. Manteníamos una relación amorosa a distancia y nos veíamos muy poco, una vez cada quince días o cada mes. Para entonces sus ideas de vivir la castidad habían cambiado, o acaso solo manifestó las verdaderas intenciones que tenía desde un principio, diciéndome que respetaría mi decisión pero esperando que con el tiempo yo cambiaría de opinión. La cosa es que empezó a decirme que quería tener relaciones conmigo y que quería ser el primero. Para esto, él ya había tenido relaciones sexuales antes con otras mujeres. Lo que me dijo me entristeció muchísimo, le dije que NO, que yo no renunciaría a mi propósito de llegar al matrimonio virgen. Él insistía diciéndome: “¿Por qué te preocupas por eso, si nos vamos a casar?” Y aunque yo me mantenía firme en mi propósito de guardar mi virginidad, como lo amaba tanto, le permitía algunas cosas impuras, muchas veces porque yo misma me exponía demasiado.

Una noche me llamó por teléfono y me dijo que me conectara al Internet. Me conecté y por las cosas que me decía recién me pude dar cuenta, pude ver que él YA NO ME AMABA, sino que SOLO ME DESEABA. Empezó a decirme que para que nuestra relación amorosa funcionase, tenía que ir de la mano con el sexo, que él ya no podía esperarme más, y me decía que ya los dos éramos una pareja adulta que necesitaba de “otras cosas” para que la relación funcionase y que mucha “dieta” hacía daño, que “uno no sólo puede vivir de verduras”, que “de vez en cuando es bueno comer carne”. Tomé conciencia de que el hombre que supuestamente me amaba me estaba tomando como un pedazo de carne que necesitaba comer para no morirse de hambre. Todo giraba alrededor de “él”. ¿Y yo? ¿Cómo quedaba? Al leer todo esto mis lágrimas inundaron mis ojos, la tristeza y el dolor era tan grande que le dije que otro día hablaríamos de esto. Apagué la computadora y solo me puse a llorar.

A la mañana siguiente me levanté a rezar y le pedí a Dios que no me dejase sola, y que en todo momento se hiciese su voluntad. ¡Me costó tanto tomar la decisión de ponerle fin a esta relación! Yo lo amaba tanto, todo mi mundo giraba en torno a él, pero él ya sólo me veía como un pedazo de carne y me presionaba para satisfacer “sus necesidades”, manipulándome terriblemente al decirme que “la relación solo funcionaría si yo me entregaba sexualmente a él”.

No fue nada fácil, pero un día me llené de valor y le dije que yo lo amaba muchísimo, que me hubiera gustado que las cosas fueran distintas y que había hecho una promesa de esperar hasta el matrimonio, y que por más que lo amaba prefería perderlo a él antes que renunciar a mi dignidad, a mis ideales, a mis propósitos, antes que perderme a mí misma y perder a Dios. Así fue que le terminé.

Sin embargo, mi idea más tonta e ilusa que albergaba en mi corazón fue que él volvería arrepentido a pedirme perdón a los pocos días, y que todo iba a estar bien nuevamente. Nada de eso pasó: a los 10 días me enteré que él ya tenía su NOVIA, y ya ni siquiera se acordaba de mí. ¡La tristeza y el dolor en ese momento era tan grande! Sentía que después de él no habrá otro igual.

Un día, gracias a que en la Universidad en la que estudio hay un oratorio, me acerqué al Santísimo y me arrodillé sin decir una sola palabra, solo miraba fijamente el Santísimo. En un momento sentí que una voz en mi interior me decía: “El chico por quien lloras yo no te lo he dado, tú lo has elegido sin mi permiso. Ahora yo te lo he quitado porque no es el chico que yo he diseñado para ti”. Entonces, cerrando mis ojos, le dije: “SEÑOR, ¡gracias por todo!”, y salí. Desde ese día cambió todo en mi vida, me di cuenta que yo había estado haciendo lo que yo quería y que no había estado haciendo caso a los planes de Dios, muchas veces mendigando un “amor” que no era para mí.

Hoy puedo decir además lo importante que fue para mí mantenerme firme en mi propósito de guardar mi virginidad, si bien es cierto que permití algunas otras cosas. Guardar mi virginidad me ha protegido y liberado de un hombre que parecía amarme, pero que en realidad no supo amarme, sino que antes pensaba en sí mismo. Ahora sé que de haber cedido, yo habría terminado siendo “una más” de su larga lista, y no LA MUJER por la que él lo habría dado todo, por la que él estaría dispuesto a luchar las mejores batallas. Y nosotras merecemos un hombre así, que esté dispuesto a darlo todo por nosotras, y no a pedirnos a nosotras que nos sacrifiquemos a sus “necesidades” o impulsos.

Ya han transcurrido unos once meses sin él. Él sigue con su novia y yo sigo esperando al hombre que Dios tienen preparado para mí con mucha humildad y paciencia. Aunque reconozco que muchas veces le fallé a Dios, Él nunca me abandonó. Siempre he caminado de la mano de Dios; ahora me doy cuenta que puedo ser feliz yo sola, que no necesito de un hombre que me haga sentir bien; espero con paciencia al chico que Dios me tiene preparado, todo en el tiempo de Dios. Por el momento estoy tratando de dedicarme plenamente a Dios, estoy segura que lo demás vendrá por añadidura.

Doy gracias, a la página de la “LA OPCIÓN V”, porque leyendo sus artículos pude descubrir que soy valiosa, que esperar es lo más hermoso y que mi cuerpo es sagrado, por lo tanto, debo cuidarlo y no “regalarlo” al primero que me diga que me ama, que “esto es para siempre”, que “qué tiene de malo si nos vamos a casar igual”. He aprendido que ¡vale la pena esperar!, porque sólo en la espera el amor se purifica y se muestra verdadero.

Le doy gracias a Dios por haberme rescatado de todas las veces que me expuse a la tentación, ahora rezo todos los días, voy a Misa y comulgo frecuentemente para mantenerme firme en mi propósito.

E. P., 25 años, Perú.

Testimonio escrito para La Opción V

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