«Pensé que el sexo casual me empoderaría, pero fue todo lo contrario»

Mi experiencia me enseñó que el matrimonio es el único contexto en el que el sexo puede ser verdaderamente entre dos iguales.

Cuando tenía 17, una amiga y yo prometimos perder nuestra virginidad ese año. Veíamos al sexo exaltado en TV y en la música y oíamos a nuestros compañeros populares referirse a eso como una experiencia increíble.

La idea de una mujer del siglo 21 creando su propia narrativa sexual sonaba tentadora. Quería tener el control. El punto clave real se veía tan cliché en retrospectiva: la mujer que tenía sexo sin compromiso disfrutaba de una fama envidiable entre los hombres. Mi amiga y yo no queríamos ser dejadas de lado.

Me acerqué a mi iniciación sexual con confianza. Creí en la premisa que la expresión sexual desinhibida era saludable e integral para la felicidad femenina y que las mujeres que evitaban las oportunidades sexuales de alguna manera carecían de coraje. Y yo no era una cobarde.

Así que perdí mi virginidad con un extraño. Creo que conocí al chico en un parque temático y lo invité a encontrarme en una discoteca. Pero ni siquiera entramos, no estaba interesada en eso. Quería poner manos a la obra. Tuvimos sexo en el asiento trasero del carro.

Él se preocupó y me llamó al día siguiente para ver si estaba bien. No le devolví la llamada. Recuerdo sentir ganas de presumir sobre eso, como si preocuparme menos que él, me hubiese hecho «ganar» el juego.

Procedí a acostarme con otros muchos hombres en poco tiempo, siguiendo una emoción ilusoria.

Pero resulta que no estaba preparada para la disparidad entre cómo había imaginado que se sentiría el sexo con un extraño y la realidad. Dolió mucho. Quiero decir que dolió físicamente. La mayoría de los chicos no podían diferenciar los gemidos de placer y los gruñidos de dolor, o no les interesaba. En ese momento me culpé a mí misma: “debe haber algo malo con mi falta de habilidad para tener un orgasmo. Debo estar haciéndolo mal”. Cuando el dolor había pasado, usualmente mentía y decía que había sentido placer porque tenía vergüenza de la verdad. Hubo excepciones tiernas, extraños tocándome suavemente para ayudarme a disfrutar. Pero me sentía rara y falsa y, por más que quería, no podía.

La espera mensual por mi periodo se sentía aun peor. No importaba si el sexo había sido con protección, vivía esas semanas con un terror secreto.

Esta narrativa sexual supuestamente debía afirmar mi autonomía, pero me sentía de todo menos empoderada después de algún percance con el condón. Solo tenía 19, si me quedaba embarazada, mi vida entera habría sido reducida a las únicas dos opciones que veía: maternidad soltera empobrecedora y tremendamente difícil, o matar al que sabía que era mi hijo.

Ninguna elección era del todo fácil o deseada, me sentí atrapada. ¿Dónde está la libertad que suponía que debía sentir? Esta se sentía más como la libertad hacia la autodestrucción. Entre tanto pavor, confusión y dolor, el acostarme con chicos desconocidos había hecho mi vida un infierno. Para cuando me llegó el periodo ese mes, mi «experimento» con el sexo casual había terminado oficialmente.

UN JUEGO FALSO

En una cultura que clama promover la igualdad de género, creo que el sexo casual ha tomado un giro dramático hacia la dirección equivocada. Nos guste o no, el sexo está intrínsecamente parcializado contra la mujer: la realidad biológica dicta que ella cargue con el peso de los riesgos sexuales, mientras los hombres sean los que tengan la mayor cantidad del poder sexual. El hacer egoístas las relaciones coitales, es decir, principalmente enfocarse en el placer y no en cuidar a la persona, va a llevar a la mujer a perder siempre. Está jugando un juego engañoso.

¿A qué me refiero? A diferencia de los hombres, las mujeres caen en dos grandes riesgos sexuales: 1) embarazo, y 2) fracaso en el disfrute. De los dos riesgos, se pretende creer que hemos eliminado el primero gracias al control de la natalidad, pero un examen más detenido de los hechos hace saber que aproximadamente la mitad de los abortos en Estados Unidos son el resultado de las relaciones sexuales con protección en las que el método anticonceptivo falló, y al menos 3 de 10 mujeres tiene abortos en sus cuarentas. Obviamente, muchas mujeres creen que el sexo con protección no las dejará embarazadas y terminan estándolo.

Y sobre el segundo riesgo, que las mujeres no están divirtiéndose, recién estamos empezando a reconocerlo.

La percepción de que el sexo casual es “full diversión” para las mujeres está en todos lados: desde comerciales hasta series de televisión, desde videoclips hasta pornografía, nos venden guiones mostrando a mujeres que abrazan un estilo de vida de sexo casual. Lo admito, me lo creí. Pero desde ese momento he caído en cuenta de que mis dolorosos encuentros con el sexo son en realidad comunes entre las mujeres. Investigaciones verifican que la brecha del orgasmo entre hombres y mujeres sí existe y es más grande en el sexo sin compromiso. La evidencia social generalizada hace alusión a esta realidad. Considere cómo nos quejamos de que las mujeres “siempre quieren abrazar después”. No puedo hablar por todas las mujeres, pero la necesidad de abrazar solo me pasó cuando él me dejó excitada, sin acabar y frustrada. Decimos que la libido de las mujeres es menos urgente que la de los hombres, pero apostaría a que si un hombre tuviera que elegir entre el sexo dolorosamente frustrante y el chocolate, elegiría el chocolate también.

Es común que la gente diga, como hizo Hannah Rosen hace un par de años en “The Atlantic”, que el sexo sin compromiso es una oportunidad mutuamente beneficiosa para aliviar el propio apetito carnal. No debería sorprender, entonces, que los hombres en ese tipo de actitudes solo se preocupen por ellos mismos: ese es el punto. Sin embargo, los que luchan por más placer femenino usualmente se aferran a la posición poco probable de justificar la cultura de sexo sin compromiso culpando a la ignorancia masculina de los aspectos físicos de la sexualidad de una mujer, la complejidad de su anatomía, etc., como si él no supiera cómo intentar.

La realidad es mucho más simple. De acuerdo con los números, la mejor medida del placer sexual de la mujer es su nivel de compromiso con ella. En un estudio con 24000 estudiantes universitarios, el 40 por ciento de las mujeres encuestadas dijeron que tuvieron un orgasmo durante su última relación sexual casual, mientras cerca del 75 por ciento reportó haber tenido un orgasmo en su última relación sexual dentro de una relación formal.

A pesar de esto, es precisamente en mujeres que proveen a los hombres de sexo sin compromiso en lo que se basa el mercado de citas. De acuerdo con las reglas, se supone que él debería dejarla si ella no ha logrado complacerlo en tres citas. Muchos creen en esto y lo ven como una diversión inofensiva. Pero rápidamente nos damos cuenta que no es eso. Y a menudo nos quedamos con solo un par de opciones: o nos endurecemos para enfrentarlo o cambiamos nuestras expectativas.

Cuando toqué fondo fue cuando cambié mis expectativas. Ahora, cualquier hombre que a sabiendas pone en peligro el bienestar de otra persona o de su posible futuro hijo, debido a su lujuria, tiene en mi opinión graves defectos de carácter.

Desafortunadamente, los hombres que encajan en esta descripción, son vistos generalmente como los machos alfa de nuestro mercado de citas. No todos son así de insensibles, pero su presencia se hace sentir. Humillan a otros hombres por no hacer lo mismo. Creen que es un juego para romper las defensas sexuales de las mujeres y las tratan como mercancía sexual desechable.

La verdad es que, si los hombres de mi pasado me hubieran prestado atención, podrían haberse dado cuenta de la agonía en mis ojos. Pero la mayoría de ellos no lo hizo. Sus atenciones iniciales habían sido meras artimañas para obtener la liberación sexual.

Por lo tanto, nuestro paradigma moderno del “tengamos sexo, nena, y algo podría resultar de eso con el tiempo”, ignora una real verdad: las mujeres no pueden encontrar a hombres que valgan la pena de esta manera. Los hombres buenos están disponibles, pero no les gusta esto.

LO QUE REALMENTE QUERÍA

Tuve suerte de detenerme antes de incurrir en daños permanentes. Durante años, no sabía qué hacer con mis experiencias. El trauma de los recuerdos me daba miedo. Finalmente me di cuenta de que había cometido graves errores de juicio que casi me habían costado todo. Con la intuición de haber seguido adelante, empecé a ver la cultura del sexo sin compromiso sin las ilusiones ópticas de los clubes nocturnos.

Yo ya no veo la “diversión” en las relaciones sexuales ocasionales. Las he practicado lo suficiente como para saber que los riesgos son demasiado altos y los beneficios muy bajos. ¿En qué ecuación lógica tiene sentido jugar con mi cuerpo, con mi futuro, con mis esperanzas y mis sueños, así como con el bienestar de mi futuro hijo? Ahora, en el sexo, exijo un manejo del riesgo justo y razonable, razón por la cual, desde mi susto de embarazo, solo ha calificado mi esposo, que me cuida y quien es el padre de mi hijo.

He perdido mi hedonismo, también. Buscar el placer sexual sin compromiso ya no me interesa. He aprendido que el sexo, incluso en su apogeo, se limita a recoger algo mucho más valioso: una alianza de amor de dos personas que comparten todo.

Lo que es atractivo para mí hoy es el tipo de romance que dura toda la vida. Los hombres que lo buscan saben que requiere paciencia, sabiduría y un firme control sobre sus propias riendas. Ya que él es responsable, restringe su sexualidad hasta que está listo para compartir sus riesgos sexuales, incluyendo el de la paternidad. Él no va a perder su oportunidad de “ser felices para siempre” con una mujer en la que no confía. Hasta entonces, él está investigando los contornos del carácter de ella, en lugar de los de su anatomía: está concentrado en el juego largo.

Es por esto que, en contra de la creencia popular, he llegado a ver al matrimonio como el único contexto en el que los hombres y las mujeres pueden superar el sesgo biológico inherente y compartir el sexo como iguales. Vinculándose legalmente a sí mismo al bienestar de ella, al futuro y a los hijos, el hombre comparte demostrativamente su poder sexual con ella —el poder de placer, el poder para cometerse anticipadamente a las consecuencias del acto— y compartir los riesgos sexuales de ella como si fueran suyos.

Terminé casándome con un hombre muy bueno. Un hombre virgen, me dio mi primer orgasmo al primer intento. Ha sido a través de su amor que me di cuenta del truco para la sexualidad femenina: su placer se basa más en la confianza emocional que en cualquier cosa física. A pesar de que lo físico está ciertamente involucrado, el mejor sexo es sentirse tan segura en sus brazos que me siento segura de darme completamente a él. Tampoco es fugaz, nuestra pasión madura y se endulza a través de los años, de acuerdo al amor que manifiesta. Puede ser un misterio, pero he hallado que es cierto que cuando el sexo es la consumación de tales virtudes, el éxtasis mutuo florece naturalmente. Digo esto después de haber probado las dos cosas.

He aprendido de la manera más difícil que nuestras teorías sociales sobre el sexo casual ocultan muchas cláusulas y lagunas desventajosas para las mujeres. Una mujer puede creerse estas teorías y buscar en Tinder alguna esperanza, pero estoy convencida de que estará jugando un juego que no podrá ganar. Eventualmente va a preguntarse aquello que me pregunté en mi momento de sinceridad: “¿Por qué te estás haciendo esto?” Los hombres buenos están disponibles para las mujeres que saben valorase a sí mismas. Mientras tanto, el chocolate sabe mucho mejor.

Por: Jennifer Joyner

FUENTE: Verily

Traducción de Fabiola Espinoza

 

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