Vivir la castidad en estas épocas parece algo imposible. Apenas uno prende la televisión se encuentra con el programa con la presentadora sensual o la serie con la escena sugerente, en la radio con el programa de doble sentido, en los periódicos con la infaltable malcriada. A ello se suma la presión de los amigos y, en algunos casos como el mío, la presión de los padres.
Hace unos días conversé con mi padre. Él no vive en mi país. Le conté que iba a dejar el rugby y me preguntó el porqué de esta decisión. Yo le expliqué que tengo una razón la cual no quería revelar. Él nuevamente me insistió: “¿Por qué?”, así que le contesté: “Quiero tener más tiempo para dedicarme al apostolado”. “¿Apostolado? ¿Qué es eso?”, me dijo.
¿Y cómo se relaciona esto con la castidad? Pues mi padre, muy inteligente, me dice: “Ah… seguro es algo de la capilla, ¿no?”. Yo contesté: “sí”, y me dijo: “¿oye, y sigues saliendo con tu amiga?”. “No”, le respondí. Empezó a decir que seguro que yo le empecé a hablar de la capilla y de mis épocas cuando discernía mi vocación para ser sacerdote. Me hizo la consulta si es que yo le había dicho para ser pareja y confesé que sí, pero que ella había preferido que continuáramos siendo amigos. Él se tomó un tiempo y con voz fuerte me preguntó: “¿oye, no eres gay? Tienes la edad (22 años) que tienes, nunca has tenido sexo y no tienes suerte con las chicas. Es más, a esta chica al menos le habrás dado un beso en la boca o algo así.” Mi respuesta: “NO papá, no soy gay y no le di nunca un beso en la boca. Nunca me aproveché de ella”. Esto le generó más cólera y empezó a decir que “seguro que los tarados de la capilla te dicen que no hagas esas cosas, que son pecados y tanta idiotez.” Pasadas estas palabras se acabó el saldo y la llamada se cortó.
Por todo esto es que les digo que se hace duro vivir la castidad, porque muchas veces ni siquiera tus padres te alientan a vivirla. Es más, lo ven como algo malo, algo tonto, que no sirve, que es una ley para los hombres el llegar a los 20 y haber tenido sexo más de una vez, porque si no lo has hecho, algo anda mal contigo.
Desde mi experiencia les puedo decir que es muy duro vivir la castidad, pero no imposible: yo soy virgen y he optado por vivir la castidad. A pesar de que “todos lo hagan”. En este mundo tan corrompido, en el que muchas personas ven la virginidad como signo de que “algo anda mal contigo” —como piensa mi padre—, sí se puede vivir la castidad.
¿Qué me motiva a vivir la castidad? Mi primera motivación es que tengo un montón de primas a las cuales quiero como si fueran mis propias hermanas. Ellas están entre las edades de 16 y 18 años, tienen sus enamorados, y yo espero de ellos que las respeten.
Si espero ese respeto de sus enamorados, pues ese mismo respeto es el que yo debo tener con las mujeres. Por eso no me aprovecho de ellas y no hago nada que no quiero que le hagan a mis primas.
La segunda motivación por la cual yo vivo la castidad es porque entiendo que es una virtud muy importante para mi futuro, y el futuro de mi esposa y familia. Esta virtud, que se alcanza con un diario entrenamiento, me ayuda a mí a ser paciente y esperar a la mujer indicada, con la cual me casaré y formaré una familia. No veo por qué tenga que adelantar las relaciones sexuales cuando podré estar con ella por siempre. Cuando digo que esta virtud me ayuda a ser paciente es porque me reconozco una persona muy impaciente, y eso es algo que estoy procurando cambiar. La castidad me ayuda muchísimo a forjarme en la paciencia día a día.
Una tercera razón que me motiva a luchar por vivir la castidad es porque esta virtud que te ayuda a desarrollar además otras virtudes como la responsabilidad y el respeto a las personas. ¿Cómo es esto? Muy simple. Cuando le digo NO a una chica que se me insinúa porque “le gusto” o porque simplemente quiere “un plan” conmigo, la respeto aún cuando ella misma no se respeta. No me aprovecho de ella, como no quisiera que se aprovechen de mis primas. No la uso para mi placer y “beneficio”, para dejarla luego “descartada”. La trato como a una persona, no un objeto sexual. Pienso que de ese modo uno se hace responsable de sus actos, en vez de dejarse llevar irresponsablemente por los impulsos propios o seducciones externas.
Por todo esto, para mí vivir la castidad es toda una aventura. Es, sin duda, una lucha contra mil y un adversidades que el mundo te pone en el camino, pero es una lucha que vale la pena y te hace verdaderamente hombre.
Finalmente, aunque no es lo fundamental, prefiero vivir la castidad porque me ahorra terribles preocupaciones como la que pasó un amigo de la universidad el ciclo pasado. Un día vino preocupado a conversar conmigo y me dice “el fin de semana tuve relaciones con una chica que conocí, lo hice sin protección y estoy un poco asustado porque no estoy pudiendo orinar bien.” Yo no supe qué responderle. Ese día, todo el día, estuvo repitiendo una frase que me llegó a caer pesada: “Yo no tengo SIDA”. La repetía tantas veces porque me imagino que buscaba convencerse a sí mismo de que no se había contagiado de esa enfermedad. Pasaron los días y vuelvo a ver a este amigo y le pregunto: “¿cómo estás?”, y me dice: “oye, fui al médico y no tengo sida”. Me dio alegría por él, pero me puse a pensar si es necesario tener que pasar por toda esta situación por la que el pasó, para satisfacerse nada más y alimentar su ego masculino.
Por todas estas cosas yo he optado por vivir la castidad. Me mantengo firme y hago una invitación a todos los valientes que quieran asumir este reto ¡para ser hombres de verdad!
G. A., 22 años, Perú.
Testimonio escrito para La Opción V
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