Esta mañana vi un video que me conmovió mucho. Se trata de un osito que por juguetón se alejó de su manada. Sus malas decisiones le llevan a ponerse en peligro, y lo único que le queda es tratar de huir hasta llegar al punto de no tener escapatoria.
Decía que me había conmovido mucho, porque miré hacia atrás y vi mi propia historia, ¡me sentí demasiado identificada! En mi adolescencia siempre había sido la más tranquila entre mi grupo de amistades, creía en Dios, rezaba, conversaba con Él. No era tan fiestera como mis amigas, pero eso no quiere decir que no haya sido divertida. Todo lo contrario: siempre he sido extrovertida, transparente, segura de mí misma, pero, a veces, por querer pasar el “mejor de los momentos”, me alejé de Dios y empecé a llamar la atención de algunos “depredadores”, al igual que el osito.
En esa etapa de mi vida tuve la oportunidad de entrar al mundo de la música por un par de años, un mundo que me encanta. Sin embargo, ahora que me pongo a pensar, así como el osito, para mí era muy divertido estar en las discotecas, poner música, ver a la gente bailar, estar en el escenario, etc., lo que sin darme cuenta estuvo distrayéndome de las cosas más importantes.
Vi todo tipo de cosas, a chicos armando sus “porros” (cigarros con marihuana), personas borrachas, hombres y mujeres faltándose el respeto. Conocí un grupo de chicos ahí y no había alguno que no fumara, las chicas también, todo eso era “normal”.
La primera decisión equivocada que tuve fue entrar a este mundo nocturno, en donde empezó mi travesía que no paró hasta principios de este año. Primero, salí con un chico que supuestamente era mi “amigo”, pero solo me utilizó porque no quería nada serio. Él, al principio, me trataba súper bien, luego empezó a decirme cosas muy bonitas, hasta que finalmente caí en sus garras. Me da mucha pena recordar esto, porque me pongo a pensar: ¿YO? No puedo creer que conociéndome haya estado envuelta ese mundo y, aunque hayan pasado ya tres años, aún me cuesta perdonarme, más porque no puedo retroceder el tiempo para cambiar ese pasado que me disgusta tanto. Hoy me doy cuenta de que era IMPOSIBLE que saliese ilesa de esa relación.
Al siguiente año, conocí otro chico que se juntaba con el grupo de “amigos” que tenía en esa discoteca y me conquistó por el corazón, pues teníamos mucho en común, como el gusto por la música, padres divorciados, esa tristeza fuerte que solo pueden entenderla quienes han vivido eso, vivir en un lado, luego en otro, mudarse con la abuela, estar en medio de discusiones… ¡Incluso nuestras fechas de nacimiento coincidían, y teníamos la misma edad! Además, era muy culto, leía muchísimo y era muy caballero. Así que nos hicimos enamorados, pero lo que yo no sabía era que tenía un problema serio con las drogas. Mencionó el tema alguna vez, pero me dijo que eso había quedado atrás y me prometió que jamás iba a pasar estando conmigo. Jamás lo hizo frente a mí, pero hubo días en los que me llamaba y me decía que tenía problemas de ansiedad y que prefería no verme para que yo estuviese tranquila, no quería que lo viese así porque se ponía de muy mal humor. De todas formas, me informé al respecto, leí muchos artículos, características, síntomas, para saber o darme cuenta si había hecho algo.
En mi yo interior, quien yo era verdaderamente, me preguntaba: ¿Por qué estás haciendo eso? ¿Por qué estás en esa maraña? Sin embargo, tenía la venda puesta y seguía sin entender nada.
Él fumaba cigarrillos y un día le pedí uno y, desafortunadamente, empecé a fumar muchísimo. No lo dejé hasta el año pasado. Iba a muchas fiestas, bebía seguido y aunque no me emborrachaba, era un exceso para mí, porque no estaba acostumbrada. Así pasaron los meses, hasta que un día, cenando en un restaurante, de curiosa le pregunté: «¿En este tiempo que hemos estado de enamorados, nunca hiciste nada de eso, no?» Hizo un silencio profundo. Al menos fue sincero, y me confesó que sí, que lo había hecho varias veces. En ese momento sentí que la venda se me cayó de los ojos. Se me cayeron las lágrimas, me sentí impotente, yo pensaba que podía ayudarlo, me sentí traicionada, usada, y todo por mi culpa, porque en ningún momento quise darme cuenta de las señales, como cuando me cuestioné. Terminamos y nunca volví a saber más de él. Gracias a Dios tampoco me buscó o llamó.
Luego de eso decidí dejar ese “hobbie musical” que tenía, para regresar a ser quien yo era. Estuve un tiempo tranquila y contenta, pero no pasaron muchos meses y empecé una nueva relación. Esto sucedió el año pasado. Era un chico que conocía ya un tiempo atrás y nos veíamos todos los días porque llevábamos juntos un diplomado. Él sabía por todo lo que había pasado, porque nos habíamos hecho muy amigos y confiaba en él, pero me di cuenta que era una persona muy posesiva y, poco a poco, la persona había conocido y tanto me había atraído, el que me aconsejaba, que me hacía reír todo el tiempo, con quien compartía el mismo gusto musical y con quien, incluso, podía hablar de Dios, simplemente fue desapareciendo una vez que iniciamos una relación de enamorados. Poco a poco fue mostrando otra cara: me gritó en varias oportunidades, no quería que hablara con chicos o que tenga amigos hombres. En algunas oportunidades, me sacaba en cara mi relación anterior y me hacía sentir muy mal, era explosivo y metía a Dios en las conversaciones porque sabía que yo era creyente y lo usaba para manipularme. Habló de dos buenas amigas mías como si fuesen una cualquieras, pero lo hacía solo para molestarme. Lo peor era que yo me minimicé al perdonarle todos sus maltratos. No podía creer que a pesar de haberme alejado de fiestas, el martirio seguiría.
Un día me dijo algo terrible y no soporté más, me armé de valor y le terminé. Les conté a mis amigas, me aconsejaron no regresar, porque ¡claro! al día siguiente me pidió perdón. Él me insistía con sus palabras dulces o sus bromas para hacerme reír. Caí de nuevo, pero no duró mucho, pues seguíamos discutiendo y él me hacía sentir terrible con sus acciones. Incluso, le encontré marihuana en el auto y eso fue como la gota que derramó el vaso.
Fue exactamente en esas fechas de tanta desesperación y dolor que necesitaba hablar con alguien que me comprendiese y me ayudase de verdad. No podía contárselo a mi mamá, así que como si Dios me hubiese susurrado la respuesta, decidí buscar al sacerdote que conocí en 4to de secundaria cuando hice mi confirmación. ¡Luego de 12 años! Le escribí contándole lo que me había pasado con mi enamorado de aquel entonces, nos vimos en la misma Iglesia donde hice mi Confirmación y así fue como conocí LA OPCIÓN V y ¡fue lo mejor que me pudo haber pasado en la vida! Aunque esos tres últimos meses del año fueron muy difíciles para mí, porque todo acababa de pasar y encima tenía que verlo todos los días y hacer trabajos juntos. Traté de llevar la fiesta en paz y le conté que había encontrado LOV y le pareció bien, me dijo incluso que si regresaríamos él me esperaría y, aunque no habíamos regresado, nos seguíamos viendo y saliendo, pero nada más que eso.
Terminaron las clases a principios de Diciembre y ya no nos veíamos todos los días. Hasta que me invitó a pasar año nuevo con su familia en su casa de campo, le dije que no. Sin embargo, para no pasarla sola porque mis amigas ya tenían planes con sus enamorados, mi no se volvió un sí. Ahí fue cuando lo arruiné todo, esa noche tuvimos relaciones. Me sentí terrible, discutimos de nuevo y me decía que «fue con amor y que nos íbamos a casar», que no me preocupara. ¿Dónde habían quedado sus lindas palabras, aquél «te esperaré» que tanto nos enamora a las mujeres? Solo había sido una «promesa de momento», solo me había dicho lo que en ese momento yo quería escuchar… No volvió a pasar, pero todo se había desgastado y fue hasta mediados de enero de este año que por fin tomé la decisión de acabar con todo, porque ya estaba segura de lo que quería y definitivamente él no era el hombre que quería ni quiero a mi lado. Lo eliminé del Facebook y también lo bloqueé, no lo volví a ver más. Todo este año fue muy difícil para mí y en otros aspectos de mi vida también.
Así como el osito por curioso y juguetón, llegué a un lugar al que no pertenecía y del que parecía difícil de salir, porque las cosas negativas aparecían una tras otra. Todo ese recorrido que él hizo por escapar de aquella fiera reflejaban los tres años que yo viví alejada de Dios al no hacerle caso. Al alejarme de Él dejé de valorarme a mí misma y me alejé también de quien yo era verdaderamente. Aunque Dios estuvo conmigo todo el tiempo, no lo escuchaba. Dios jamás deja de lado a sus hijos. Cuando confié de verdad, clamé a Él y fue así como Él vino corriendo a socorrerme. Ahora sé que estoy en el camino correcto, en el que siempre debí estar y estoy muy contenta. Mi conexión con Él siempre ha sido muy bonita y especial y, a pesar de haberle desobedecido, estuvo ahí para atraparme cuando caí herida.
Sé que todos buscamos el amor verdadero, pero por presiones sociales, falsas amistades, la televisión y muchas cosas más, nos terminamos engañando. Hoy he empezado de nuevo y estoy más que convencida de que la castidad es el camino para vivir el amor verdadero, y que la pureza es el tesoro más grande que podemos conservar para la persona ideal, la que te respeta, la que verdaderamente te espera hasta el matrimonio, la que te deja ser tú misma, sin ataduras, viviendo juntos la verdadera libertad, la que con sus actos no te aleja de Dios sino que te acerca a Él.
Mi mejor amiga, quien estuvo a mi lado aconsejándome todo este tiempo, conserva hasta hoy su virginidad y, aunque alguna vez ha estado a punto de caer, ha sabido esperar. Gracias a Dios tiene actualmente un enamorado que la respeta muchísimo –no solo de palabra– y ya se van por los dos años. Como verán, ¡nada es imposible con Dios!
Hace poco conversaba de miles de temas con otra amiga que me conoce desde hace diez años. Al escucharme hablar, se empezó a reír y me dijo: “¡Haz vuelto a ser la misma! Quejona, pero eso es mejor que aquella que fuiste en este tiempo de malas relaciones, pues esa persona no eras tú”. Mis verdaderos amigos, aquellos de quienes me alejé por preferir aquellas relaciones dañinas, también se dieron cuenta.
Me alegra que todo eso haya quedado en el pasado y que ahora todo lo que yo viví me sirva para ayudar a los demás. En cierto sentido, me alegra que «haya sobrevivido para contar mi historia», pues pienso en tantas y tantos que nunca logran salir de todo esto. Recomiendo a todos los que lean mi testimonio que nunca se alejen de Dios, y que se aparten de los círculos sociales que no valen la pena. También les digo que es necesario presionar el botón “borrar” para no tener contacto con personas con las que no tienen ningún futuro, que es preferible estar solos que aferrarnos a personas con las que solo nos hundiremos más y más en vez de crecer juntos. ¡No tengan miedo de hacerlo! Aunque cuesta mucho y de momento creemos que no lo lograremos, ¡sí se puede!, y nadie se muere por depurar gente en Facebook y dejar de comunicarte con personas que no te hacen bien. Yo lo estoy haciendo, y lucho por rodearme de personas que hayan optado por el mismo camino que yo y que pueden fortalecerme en mi opción por purificar mi corazón y prepararme para amar y ser amada de verdad.
Anónima, 28 años.
Puedes ver el vídeo aquí: http://youtu.be/oWFeEMGitO4
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