El verdadero amor espera… el apresuramiento, lo mata.
Nací y crecí en la ceja de selva del Perú, un lugar cálido, tropical, donde el sol de cada mañana calienta tanto que a medio día la genta camina con poca ropa, ¡muy poquita! En ese ambiente, los deseos sexuales se encienden a temprana edad. Quedar embarazada a los catorce es de lo más normal, tan normal que en 1º de secundaría —yo contaba con 11 años— tenía ya dos compañeras de 14 que estaban embarazadas.
Allí nadie iba a Misa. Para empezar, no había ni iglesia, aunque sí un cura que llegaba para bendecir la fiesta patronal en la que la gente no hacía más que derrochar el dinero ahorrado durante todo el año para gastarlo en la “juerga” y en el alcohol.
En un ambiente así mi destino estaba aparentemente escrito… pero cuando yo tenía 12, hablé con mi mamá para decirle que no quería seguir allí, porque no quería terminar como mis amigas. “¡Llévame lejos! —le dije— ¡Quiero otro ambiente para mí! ¡Quiero ser feliz! ¡Quiero casarme a los treinta!”
Que recuerde, siempre tuve ese deseo de hacer las cosas bien. Salí de ese lugar aparentemente “paradisíaco”. Me dio tanta pena dejar a mi familia y el ambiente natural. Mi madre me internó en un colegio religioso de mujeres, y desde ese momento mi vida cambió mucho. Empecé a ver mi futuro desde otra perspectiva. Empecé a llevar una vida tranquila, en comunión con Dios.
Así pasaron los años y aunque había vivido con gente religiosa, nunca me habían hablado de lo valiosa que era la virginidad. Yo sabía que mi virginidad era importante, pero cada vez que hablaba con una psicóloga o tutora me decían que “eso ya no existe”, que “con experiencia es mejor”, que “cuando se ama se entrega todo”.
Terminé el colegio y me aventuré al mundo: empecé a trabajar y estudiar siempre de la mano con Dios. Conocí a un chico y me enamoré. El siempre fue respetuoso, era muy bueno conmigo. Nunca me presionaba en cuanto a tener sexo o algo por el estilo, pero siempre me retumbaba en la mente aquello de que “con la experiencia es mejor”. Cumplí 20 y decidí entonces entregarle lo más valioso de mí, porque era mi chico y supuestamente lo amaba. No hubo presiones, no hubo culpas ni miedos. Supuestamente yo ya sabía lo que hacía, cuando en realidad no sabía absolutamente nada. Cuando pasó no sentí nada bonito, sólo dolor. Salí de prisa, llegué a casa, estaba sola, como siempre. ¡Lloré como nunca en mi vida lo había hecho! En ese momento sentí que me había fallado a mí misma. Ya no tenía ese “algo” valioso que debí conservar con recelo hasta los treinta. He llegado a sentir, a pensar y a creer que a partir de ese momento mi vida cambió totalmente, para mal. No quedaba en mí ya nada de la niña inocente con ilusiones: ya me había convertido en una “mujer” y ya no tenía nada más que perder.
Al poco tiempo terminé con “mi chico”. Conocí a otro, y a otro, y cada vez pasaba lo mismo. Ya no rezaba por las noches como antes, sentía que Dios no me escuchaba, que estaba enojado conmigo. Dejé de ir a Misa. Olvidé mis principios y me enterré en ese círculo de falsos “amigos”. Sabía perfectamente que estaba llevando una vida sin rumbo, totalmente desordenada, y que así nunca sería feliz. Pasó tanto tiempo para reaccionar. Una mañana desperté con la necesidad e ilusión de volver a Dios. ¡Estaba tan arrepentida de lo mal que había actuado! Me levanté temprano, caminé hacia la iglesia pensando que lo primero que tenía que hacer era confesarme. ¡¡WOW!! ¡Cuánto miedo sentía! Me preguntaba: “¿Querrá Dios perdonarme?” Tenía tantas culpas, tanto dolor acumulado, que sin pensarlo dos veces abrí mi corazón por completo en la confesión. ¡No pude evitar llorar como una niña, temiendo el peor de los castigos! Pero allí estaba el Padre escuchándome con tanta misericordia, ternura y paciencia. ¡Nunca olvidaré ese día en que experimenté el perdón de Dios, su amor que era más grande que mis pecados! ¡Ese día Dios iluminó nuevamente mi vida, me hizo nueva y me dio una nueva oportunidad!
Hoy puedo decir con certeza que aquél sacerdote fue mi ángel… sus sabios consejos los tengo bien presentes y los libros que me dio a leer ese día ¡los releí infinitas veces!: Amor Puro y Feminidad Pura. No he dejado de rezarle a Dios y de acudir a la Virgencita, para que me ayude a ser perseverante con la decisión que tomé de no volver a alejarme de Dios y hacer las cosas correctamente.
Hace unos pocos meses me hice novia de un muchacho. Le hablé de los planes que tenía en mi vida. Él los aceptó. Llevamos una relación muy sana, saludable y pura. Estoy muy feliz porque vivo tranquila. Estamos en proceso de conocernos y si esto no se da, seguiré bien, porque sé que no pierdo nada. Él no es tonto, mi decisión ha hecho que él me respete y valore más.
Nunca voy a dejar de agradecerle a Dios por este ángel que envió para iluminar mi vida, para hacerme entender con sus sabias palabras que ¡el amor verdadero sí existe, y que yo me lo merezco! Dios, a través de este ángel, me ha dado una nueva oportunidad, me ha regalado una nueva virginidad con su perdón, ¡y yo estoy muy decidida a vivirla!
Ojala que mi testimonio ayude a muchas otras chicas aprender de mis errores y de mis aciertos. Lo único que ahora les puedo decir, después de dolorosa experiencia, es que SÍ VALE LA PENA ESPERAR, y que quienes te digan eso de “con experiencia es mejor” ¡no saben lo que dicen! ¡No les hagas caso!
P.R., 24 años, Perú.
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