Jamás había sentido un dolor emocional tan intenso

El artículo El cerebro es un órgano sexual: ¡conozcamos cómo funciona! permite entender el proceso que llevó a esta joven a renunciar poco a poco a su propósito, a engancharse emocional y sexualmente con su novio, a creer que eso «era amor» y a experimentar un intenso dolor emocional con la ruptura de la relación. Vale la pena leer este testimonio a la luz de aquél articulo.

Crecí en una familia católica (sólo de nombre), mas no comprometida verdaderamente. Siempre quise guardar mi virginidad hasta el matrimonio, pero NO por agradarle a Dios, ni porque pensaba que guardándome en castidad iba a encontrar a mi verdadero amor, no, nada de eso. Lo pensaba así más por tradición, pero realmente no tenía idea de qué era vivir la aventura de la castidad. A aparte de eso, quería lograrlo solamente con mi voluntad.

En la época de colegio escuchaba las experiencias sexuales de la mayoría de mis amigas, y en el salón, cuando corría la noticia de que una de las chicas ya no era virgen, era un verdadero ¡boom! Yo me decía, “qué pena estar así en boca de mis compañeras”.

Durante mi adolescencia no tuve novio, salía con varios chicos, pero con ninguno llegué a formalizar algo.  En fin, salí del colegio, me gradué y salí victoriosa en el compromiso que tenía conmigo misma.

A mis 16 años ingresé a la Universidad y conocí a un chico del cual sentí que me «enamoré» por primera vez. Con él todo iba muy rápido. ¡A los quince días de conocernos ya éramos novios! Los primeros dos meses del noviazgo sólo nos dábamos besos, al tercer mes las caricias se iban tornando apasionadas y, además de eso, cada vez que nos veíamos buscábamos espacios donde estuviéramos solos. Las visitas eran hasta altas horas de la noche, yo frecuentaba más la casa de él (porque siempre estaba solo). Por todo eso llegó el día que menos quería: le entregué mi virginidad por la emoción del momento y el «amor» que sentía hacía él. Cuando comencé ese noviazgo me fui olvidando de mi dignidad de mujer y de aquello que quería vivir por mis principios. Por eso, pasó lo que pasó.

Después de la primera relación sexual el deseo cada que nos veíamos se hacía más fuerte, y así era siempre. Me convertí en una chica que jamás llegué a pensar que sería, me sentía satisfecha, no sólo por el placer que me producía, sino también porque cada día «amaba» más a este chico.

El tiempo pasó y a los 6 meses del noviazgo terminamos. Reconozco que para mí fue muy difícil superar ese «amor». Jamás había sentido un dolor emocional tan intenso, sentí mi mundo derrumbarse porque simplemente estaba ciega, para mí sólo existía él, y obvio, era de esperarse que al terminar la relación me iba a sentir de tal modo.

Fue entonces cuando me aferré más en la oración, asistí con mucha más devoción a la Eucaristía,  le pedía a Dios que tomara todo ese amor para Él y que por favor me ayudara a salir de ese hoyo oscuro. Me vinculé a una comunidad de la parroquia y me entregué de lleno. Verdaderamente, a través del tiempo me iba enamorando de Jesús y Mamá María, sin embargo guardaba con dolor y arrepentimiento el hecho de haber perdido mi virginidad con este chico, y me decía: «si le di todo de mí, ¿qué le faltó?».  Una y otra vez me confesaba siempre por lo mismo, pero no lograba perdonarme a mí misma, a pesar de que sabía que Dios en su infinito amor ya lo había hecho.

Mi consuelo llegó cuando a través de Facebook conocí a La Opción V, leí testimonios, vi los videos de La Opción V en TV. Así fue como —acompañada siempre de la oración— por fin me pude perdonar a mí misma y pude rehacer mi promesa de castidad y pureza, a pesar de lo sucedido.

Hoy tengo 19 años, me reconozco como una princesa de Dios y me dedico a aconsejar a mis amigos y amigas a que opten por la castidad, aunque es una tarea bastante ardua. Uno de cada cincuenta me escucha. El resto, como dice la canción, me mira como un “bicho raro”.

Ahora sí sé las razones del por qué debo guardarme en mi totalidad para mi futuro esposo, sé por qué debo ir contra corriente, y siempre tengo presente que Dios y Mamá María son mi sustento en este proceso, algo que no reconocía antes.

¡Gracias LOV por ser luz para los jóvenes que optamos por vivir la castidad y recordarnos que no estamos solos!

S. M., 19 años, Colombia.
Testimonio escrito para La Opción V

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