¡Siempre es posible empezar de nuevo! ¡Nunca hay que darse por vencidos!
A los 15 años de edad perdí mi virginidad y con ello mi pureza. Me entregué totalmente a un chico de 17 años que veía el tener relaciones sexuales como primordial en la relación y yo, engañada, veía que eso no estaba mal, que si lo amaba, estaba bien entregarme. Así fue, el día de su cumpleaños yo fui su regalo y luego de esa primera vez, se volvió costumbre. No iba a clases del colegio para estar con él toda la mañana, toda la tarde y noche, y cuando era momento de despedirnos, no quería soltarlo, pero tenía que.
Recuerdo que en nuestra relación discutíamos por todo, porque no confiaba en él. Yo era súper celosa y muy insegura, mi autoestima estaba por los suelos y él se creía la maravilla. Me decía en mi cara: “a esta chica yo le gusto” y yo solamente decía “ah ya”. También terminábamos y regresábamos muchas veces. Así pasaron 3 años y 4 meses de mi vida, que fue el tiempo que duró la relación.
Para los dos fue nuestra primera vez y para mí, mi primer enamorado. En ese entonces yo no sabía qué significaba el amor, ni mucho menos sabía qué era el amor a Dios hacia mí. Pero con 2 años y tantos de relación, comencé a prepararme para la Confirmación y poco a poco me daba cuenta de las cosas, en mis ojos entró la luz. Sinceramente no recuerdo la charla de moral sexual, ni me acuerdo si me la dieron. Pero hubo un acontecimiento por el que las vendas de mis ojos cayeron totalmente y pude ver todo con claridad: fue cuando me fui de retiro y me tuve que confesar. Recuerdo muy bien el momento, cómo fue. Yo estaba en el Santísimo viendo y recordando mis pecados y en una de esas pasa mi amiga del alma, que era mi catequista, y le pregunté: “¿tener relaciones sexuales está mal?” Y me dijo: “sí”. Yo me quedé con la pregunta: “¿en serio?” Y como me dijo que era pecado, me fui a confesar. De hecho estaba muy avergonzada, ya que era algo mío y de mi enamorado de ese entonces. Lo confesé con temor de que el padre me gritase, pero el padre me dijo las palabras exactas para que yo comprendiera que tener relaciones sexuales estaba mal. En definitiva fue Dios quien intervino, ese padre que yo estimo mucho, me abrió los ojos y me convirtió totalmente. Si no fuera por él y la intervención de Dios, no sé qué sería de mí hoy. Perdonada me fui contenta, experimentaba mucha paz interior. Me fui al Santísimo y le dije a Dios: “¡Nunca más Padre! ¡Nunca más! ¡Solo a mi esposo me entregaré!”
Regresé de retiro y tenía muy claro lo que tenía que hacer con aquél enamorado. Aunque me doliera, lo tenía que hacer, era mi felicidad. Terminé con él y recuerdo algo que me dijo: “Pero si nos amamos, ¿por qué está mal?” En ese momento comprendí que si este hombre no aceptaba lo que yo quería vivir en adelante, entonces no podía estar conmigo, porque podía llegar el momento en que se le pasase la mano, o que me faltase al respeto. En fin, la relación con él se terminó.
Pasaron 2 años de estar soltera, pero más que nada de encontrarme mucho con el Señor en situaciones muy íntimas, en las que Él me hablaba mucho. Dejé de pensar en mí, en los chicos, y me dediqué a servir a los demás.
Luego en mi vida apareció un chico que desde el primer instante me cautivó, realmente fue así. Fuimos amigos un largo tiempo, siempre fue muy respetuoso conmigo, un verdadero caballero. Hoy tengo una relación con él de bastante tiempo. Sin embargo las caídas suceden. A pesar de haber hecho una promesa de castidad a los 19 años, al poco tiempo tuve relaciones con mi enamorado. Luego de eso la tristeza me invadió. Ya no comía, adelgacé bastante, me sentía bastante mal conmigo misma, con él y con Dios más que nada, porque me decía a mí misma: “¿Dónde quedó lo que le dije al Señor luego de mi confesión en el retiro? ¿Dónde quedó mi promesa de castidad?” Con mi enamorado teníamos un horizonte juntos, y en nuestros planes no estaba ello. Lloraba sin consuelo, la depresión llegó a mí de una manera fatal, me echaba a dormir a cada rato, no había un motivo para que yo pudiera estar bien, me decepcioné mucho de mí misma y me daba mucha cólera mi debilidad.
Pero hay de esos(as) amigos(as) que llegan un día a tu casa y te hablan de muchas cosas y así fue, un amiga muy querida mía vino y hablamos mucho del Señor Jesús. Recordé como yo amaba tanto al Señor Jesús, lo amaba y lo amo con locura, y me di cuenta que esa caída no me podía derrotar tan fácilmente como lo hizo, entonces mi enamorado y yo hablamos y él me dijo para hablar con alguien. Yo estaba atemorizada, con mucha vergüenza, pero llegó el día que hablamos con un padre que nos ayudó un montón, y hasta ahora sigue haciéndolo.
Desde entonces mi amor a Dios volvió a elevarse mucho, estaba contenta de nuevo, ¡y mi corazón ni qué decirlo! ¡Estaba radiante! Mis luchas se hicieron y se hacen más fuertes pero con la Confesión y la Eucaristía se hace más simple, ya que encuentro en ellas la fuerza para vivir la castidad. Yo lo comprendí muy claro: las caídas pueden venir, pero depende de cada uno levantarse. Con la ayuda de esta amiga y con la ayuda del Señor, yo me levanté de una depresión que se comió mi salud, de una cólera conmigo misma que de hecho se cura con el tiempo, ya que no es nada fácil perdonarse una a sí misma, es un proceso de reconciliación bastante fuerte, pero aquí no existe un “no puedo”.
Ahora sé lo que es amar, pero amar verdaderamente. Renuncio a mí muchas veces para el bien de mi enamorado, pero más que nada por mi propio bien. Tengo una virginidad nueva y estoy contenta. Han pasado unos 9 meses de aquella caída, y hoy, luego de levantarme, de perdonarme, de empezar de nuevo con el perdón de Dios, me encuentro muy contenta conmigo misma. No quiere decir que todo se ha hecho fácil, enfrento día a día las luchas, pero soy capaz de decir “¡No!” constantemente porque con el pasar del tiempo Dios me hizo más fuerte, mucho más fuerte.
Hoy sé por qué el Señor permitió que pasase por tanta incertidumbre, por tanta nostalgia, lo sé, lo comprendí recién: es para que hoy pueda dar un testimonio digno, un testimonio que sea verdadero, el testimonio de que con Él soy más fuerte ahora, y que sin Él me quiebro. Y mi testimonio es también este: ¡hoy estoy muy contenta, verdaderamente feliz, y eso es por el Señor definitivamente, que me ayuda a vivir el amor verdadero día a día!
Si tú caíste y te encuentras en una situación semejante a la que yo me encontraba, déjame decirte: ¡Sí se puede volver a empezar! ¡Tan solo levántate y vuelve al Señor! Dios no te ve tu pasado, te ve ahora, y tu lucha. Y créeme que si tú lo buscas, ¡Él fortalecerá tus pasos!
A. T., 20 años.
Testimonio escrito para La Opción V
* ¡Este Blog es un espacio creado para ti! Tú también puedes enviarnos tus preguntas, testimonio o reflexiones a laopcionv@gmail.com, con nuestro compromiso de guardar tu identidad en la más absoluta reserva. Con tu colaboración y participación podremos ser cada vez más quienes creemos que el amor verdadero sí existe, y que el camino para alcanzarlo es la castidad!
** Todas las publicaciones en este Blog son de propiedad de La Opción V. Pueden ser difundidas libremente, por cualquier medio, consignando siempre la fuente. Está terminantemente prohibida su reproducción total o parcial con fines de lucro.