Dios te da una hoja en blanco y te da la gracia necesaria que fortalece tu voluntad para poder vivir determinada virtud, pero eres tú quien tiene que vivirla desde el ejercicio libre de la voluntad.
Les escribe una chica que aprendió a golpes a diferenciar el bien y el mal, pero si esta chica que soy yo no lo hubiera vivido, ahora no sería lo que es y no podría entender el dolor, el corazón destrozado de muchas chicas que hoy sufren, y es por eso que doy gracias a Dios y busco alentar a tantos jóvenes a tomar esta opción.
Desde muy niña, entre los 4 a 6 y años aproximadamente, mi abuelo abusaba de mi inocencia en las noches. Nunca me violó, pero hacía cosas muy feas conmigo. Yo siempre guardaba silencio y no entendía por qué hacía eso. Luego un profesor del colegio y mi padrastro también me manoseaban, pero yo siempre callada, nunca me atrevía a decir nada.
Mi madre siempre trabajaba y nunca estaba conmigo. No me enseñó a defenderme o a diferenciar qué estaba mal o bien. No la culpo, la entiendo, pues cuando Dios no está tan presente en uno perdemos los valores y creemos que todo está bien.
Así crecí en soledad, sin padre, con una madre ausente que trabajaba todo el día. Todo estaba desordenado a mi alrededor y en mi vida. Recorrí un camino sin formación y sin valores. Buscando compensar lo que me faltaba en casa, acepté tener relaciones con un chico al que conocí a los 18. La verdad es que ni siquiera entendía por qué lo hacía, sólo quería sentir un poco de cariño aunque luego me sintiese usada. Pasado un tiempo este chico me dejó y caí en depresión.
Luego apareció otro chico y me pintó un cuadro hermoso de protección, pero él no quería nada serio, tan solo “pasarla bien” conmigo. Me conformé con tan poco que también estuve con él, porque igual solo quería sentir al menos un poco de cariño. Cuando me enteré que también había estado con mis dos mejores amigas, volví a caer en una profunda depresión. Fui a la Iglesia que quedaba cerca de donde vivía porque buscaba a Dios cada vez que me sentía sola. No me había confirmado aún, y algo en mí me decía que necesitaba hacerlo.
En la iglesia conocí a un chico que era miembro de un movimiento católico, me enamoré de él y con dudas y desconfianza acepté ser su enamorada. Él me enseñó a ver las cosas diferentes, me enseñó que amar no era tener relaciones. Eso me sacó de cuadro, me costaba entender eso porque para mí tener relaciones era creer que así un hombre me quería más. Con el tiempo aprendí y entendí que amor no era igual a “ser deseada” o “tener sexo”, sin embargo había momentos en los que yo caía conmigo misma y hasta lo provocaba a él y él también caía. La verdad, todo empezó mal. Nunca pasó algo más, pero caíamos en besos apasionados y en tocamientos.
En un momento me enviaron a otra ciudad por razones de trabajo. Nuevamente caí en depresión y explotó el trauma de mi pasado. Recordaba lo que me hacía mi abuelo, retrocedía y revivía todo eso. Mi depresión se volvió crónica y yo “pateaba” a todo hombre que se me acercaba. Me daban crisis, muchas veces quise matarme, una vez me internaron por sobredosis, estuve con psicóloga y psiquiatra, le tenía terror a los hombres y me aferré más a mi enamorado porque él era el que estaba allí. ¿Mi familia? No entendían lo que me pasaba y se reían, y mi caída más fuerte fue cuando le conté a mi madre lo que me hizo mi padrastro y ella no hizo nada, me dijo: “bueno, ya pasó”, y seguía con él. Eso hasta ahora es algo que me afecta mucho y que día a día le pido a Dios que me ayude a volver a amar a mi madre.
En medio de toda esta crisis mi enamorado terminó conmigo, se cansó de que a cada rato me cayese y me dejó. Entonces me caí hasta el piso, agarraba cuchillos y me quería matar, me abandonaba a mí misma, andaba sola, sin trabajo, sin rumbo y sin apoyo. Conocí a otro chico y me ilusionó. Con él volví a tener relaciones sexuales solo porque necesitaba olvidarme de mi ex y sentirme querida. Finalmente me dije a mí misma: “¡Basta! Necesito ayuda”, así que volví con la psiquiatra y psicóloga pero no podía controlar mi cuerpo ni mi mente. Muchas veces tuve que confesarme de lo mismo, de tocamientos impuros. ¡Era tan infeliz! Pero en medio de esa lucha no dejaba de confesarme e ir a Misa y al Santísimo: caía y volvía, caía y volvía, hasta que hice un plan de vida con mi psicóloga. Ese cambio hizo que madure y que vuelva con mi ex, pero él había cambiado para mal. Duramos tres años más y sentía que me utilizaba. Me dejó hace dos años y solo veía que era pasión y no amor. Me exigía cambiar y cambiaba por él, pero cuando quería besarme o satisfacerse yo me dejaba y me confundía porque supuestamente era un chico bueno, miembro de un movimiento católico. Yo, como antes, me conformaba con ese poquito de “amor”. Incluso me ilusionó diciéndome que quería casarse conmigo, pero con el tiempo dejó y me terminó de la manera más cruel, dejándome mal delante de muchas personas del movimiento al que pertenecía. Luego empezó a estar con otras chicas.
Yo al principio caí en tocamientos impuros conmigo misma, en medio de tanto dolor. Nuevamente me dije “¡basta de tanto dolor!”, y decidí luchar en serio porque no era feliz con nada ni nadie. Tomé valor y decidí orar, orar, orar, ir a Misa todos los días, rezar el Rosario, ir al Santísimo y alejarme de todo lo que me recordaba a él.
Hoy sé que Dios me diseñó para amar y ser amada, y que el hecho de que personas se hayan aprovechado de mi inocencia desde muy pequeña no es culpa de nadie, menos de Dios. Si yo lo sufrí y me caí fuerte muchas veces, fue para que ahora tenga esa fortaleza para decir ¡NO! Yo valgo mucho para Dios. Cuando me aconsejaron leer Amor Puro (Jason Evert) y hacer La Opción V sin dudarlo lo hice.
También hice una promesa y a diario beso mi anillo, signo de mi compromiso con Dios de luchar día a día por vivir la castidad. Ahora puedo alentar y puedo aconsejar a mis amigas, siempre trato de transmitir más y más la alegría de disfrutar bien, siendo libre, riendo. Antes yo iba a Misa, lloraba, le decía: “¡Quiero ser feliz! ¿Cómo te sirvo Señor?” Pero siempre había tristeza en mí y me decía: “¿Por qué aun no soy feliz?” Es que Dios tiene su tiempo y sabe el momento, ahora es mi tiempo, ahora soy feliz, tengo cruces y problemas como todos, aun no estoy con ese chico diseñado para mí, pero ahora siento que ya no dependo de ello humanamente hablando, que ya no me desespera. Si Dios está en mí, tengo la paz y la fuerza para seguir, es por eso que las caídas cada vez son más leves.
Desde que hice aquella promesa a Dios de vivir la castidad ya ni siento un deseo impuro en mi cabeza, y eso es lo que siempre le había pedido a Dios: “¡ayúdame a ser pura!”. Es ahora cuando Dios me lo concede, es por eso que soy feliz y me siento libre. Ahora muchos al verme me dicen: “Se te ve diferente”, “se te ve muy bien”, “¿por qué siempre sonríes?” Todo ello es por Dios. Cuando uno decide y es constante y pone los medios, nada puede hacernos caer porque en esta batalla no estamos solos: ¡Dios está con nosotros!
Hoy siento que tengo una misión. No tengo miedo ni me da vergüenza, trato de alentar sin obligar a nadie a que cambie, porque sé —y ya me ha pasado— que cuando más acojo al hermano y no miro sus pecados, más confianza tiene para pedirte que lo ayudes, porque lo miramos con amor.
Ahora tengo 31 años recién cumplidos. Dios me diseñado, a lo largo de mi vida algunas pinceladas han sido fuertes y color oscuro, pero siento que poco a poco se van soltando en colores maravillosos. Confío plenamente en Él, y la pureza que ahora vivo me ha demostrado que Dios está más dentro de una, y que actuó poco a poco, en el momento que Él ha creído oportuno para mí. Procuro estar en gracia para estar fuerte. La pureza de cuerpo, de corazón y de mente es un anhelo claro para mí, no me permito ningún desorden. Ahora es más fácil para mí y todo es por gracia de Dios. Claro que por momentos hay dolor y algunas veces siento soledad o tristeza, pero es llevadera. No hay nada ahora que me tumbe, y si me tumba en cualquier momento, el Espíritu me dará la fortaleza para levantarme.
Al ejercitarme en la virtud de la castidad todo ha ido cambiando en mi vida, ahora todo se ve distinto. El poner los medios y estar en gracia me ha llevado a ser feliz y libre. Gracias a la castidad ha brotado en mí la alegría de caminar con Dios, hay más espacio para Él, tengo la alegría de seguir viviendo, hay paz en mi corazón, puedo “soltar el mundo” sin temor, me hace libre porque no me siento atada a nada. La pureza es un fruto que se refleja en el rostro, en el cuerpo, cambia completamente la vida, hay una felicidad interna cada vez que optas por el bien, por hacer lo correcto.
Hoy me siento amada por Dios, y me doy cuenta que eso se nota en mi mirada, en mi rostro, y también al mirar yo a los demás, al respetarlos, al admirar su esencia. ¡Cómo no ser feliz y sentirse libre al saber que día a día es una hermosa entrega de amor a Dios! El renunciar a todo lo que va en contra de la castidad es la opción más libre que he hecho en mi propia vida, y descubro día a día la felicidad que eso me trae. No es fácil, hay que ejercitarse sin cesar en la virtud, hay que poner los medios, hay aprender a decir NO. Pero todo es posible cuando estamos en gracia, cuando encontramos la fuerza en el Señor al comulgar, al visitarlo en el Santísimo, cuando hacemos silencio en el corazón, cuando perseveramos en la oración y cuando acudimos a Santa María para pedirle que nos muestre el verdadero camino: ella es el mejor modelo de pureza.
La felicidad que experimento no es una felicidad de un momento, es una felicidad que viene de adentro, que brota con fuerza y permanece en una. Cuando la pureza está presente en tu vida, verás con claridad a Dios en la persona que está preparándose como tú, te quedarás sorprendido(a) de tan maravilloso don. Cuando vives la castidad con decisión hasta el mismo cuerpo responde diferente, es más firme y sabe que solo le pertenece a Dios y a esa persona que está diseñada para uno(a).
No tengamos miedo a decir no a lo que el mundo nos vende, a lo fácil y placentero. Cuando te sientas atado(a), angustiado(a) e infeliz, es porque ya es tiempo de que vuelvas a Dios que te espera para mostrarte el inmenso amor que te tiene, un amor que es más grande que tus pecados, un amor que purifica, un amor que cura y sana tus heridas más profundas, un amor que reconcilia y te devuelve la felicidad perdida. Ten la certeza que si vuelves a Él, todo eso lo experimentarás y se reflejará en ti.
S. N., 31 años.
Testimonio escrito para La Opción V
* ¡Este Blog es un espacio creado para ti! Tú también puedes enviarnos tus preguntas, testimonio o reflexiones a laopcionv@gmail.com, con nuestro compromiso de guardar tu identidad en la más absoluta reserva. Con tu colaboración y participación podremos ser cada vez más quienes creemos que el amor verdadero sí existe, y que el camino para alcanzarlo es la castidad!
** Todas las publicaciones en este Blog son de propiedad de La Opción V. Pueden ser difundidas libremente, por cualquier medio, consignando siempre la fuente. Está terminantemente prohibida su reproducción total o parcial con fines de lucro.