La misericordia del Padre es siempre más grande que nuestra miseria…
Soy una joven salvadoreña de 26 años. A mis 22 años sucumbí ante la presión social como tantas otras jóvenes que tienen una baja autoestima, poco amor propio y ninguna relación con Dios.
Me sumergí completamente en un mundo que te incita al erotismo y a la sexualidad desordenada, desde cualquier punto que se lo mire.En él se habla abiertamente de tener relaciones sexuales antes del matrimonio como algo normal y bueno incluso. También abundan los consejos de amigas o de revistas para ser “buena en la cama”, los mejores tips para ser «una extraordinaria amante».
Sumergida en este ambiente tuve relaciones sexuales por primera vez con un hombre que apenas conocía. Caí a sus pies buscando ese amor que suele verse en las películas, en las que te pintan todo color de rosa. Me entregué en cuerpo y alma, dándole un regalo tan precioso e invalorable como mi virginidad a quien no se lo merecía. Lo hice porque estaba tan influenciada por las opiniones que escuchaba por doquier: hoy es algo tan “normal” perder la virginidad, que te lo gritan a los cuatro vientos. Esperar al matrimonio es visto como algo anticuado y fuera de moda. No “disfrutar del sexo” con la primera persona que se te cruce en el camino es de “tontos”, “aburridos”, “nerds”. Nadie ve la necesidad de esperar, al contrario, mientras más experiencia se tenga, “mejor va a funcionar el matrimonio”. En nuestra sociedad la virginidad es vista incluso como una especie de inmadurez: no eres verdaderamente hombre, no eres verdaderamente mujer, si no te has iniciado sexualmente. ¿Qué chica no va a querer desprenderse de su virginidad cuando las “amigas” que le rodean le van contando de sus experiencias sexuales, ya desde los 13 años?
Luego de entregarme a este hombre hice de mi cuerpo un objeto de placer, pensando que de ese modo era amada. Grande fue mi dolor y desilusión cuando me enteré que aquél con quien había compartido mi ser estaba ya casado y era padre de una hermosa niña. Sentí un vacío inmenso para el que nadie te prepara. En el proceso de querer enmendar mi error y no querer saber más de él, quedé embarazada.
A mi bebé lo perdí en un aborto espontáneo, y eso me hundió aún más en una gran depresión. Esta depresión, a su vez, me llevó a buscar “consuelo” en otras parejas sexuales, lo que deterioró aún más mi autoestima y mi amor propio como mujer. Cada vez que me entregaba el vacío se hacía más y más grande, mi alma caía en un abismo cada vez más profundo y me alejaba más aún de Dios. Llegó un punto en que lo único que quería era borrar mi pasado, sólo tenía ganas de salir de esta vida que ya no lo era. La vida que había estado llevando sólo consumía mi ser y me destruía.
Con mi espíritu desgastado y cansado, escuché un hermoso canto de alabanza que me invitaba a retornar a la vida en plenitud, cumpliendo los mandamientos de nuestro Padre celestial. En ese momento miré con profundo arrepentimiento al pasado y con fe, fortaleza y ansias de perdón decidí renovar mi espíritu.
Luego de un proceso de tres años en el que finalmente “toqué fondo”, me encontré con Dios en un retiro. Eso fue a inicios de este año. Desde entonces he vivido la castidad, consciente de que cada acto que atente contra mi pureza a corto o mediano plazo tendrá consecuencias terribles. Hoy me acojo cada día a Dios y dejo que Él guíe mis pasos por su camino, pues me he encontrado con su amor infinito y maravilloso que me da la certeza de que ─sin importar lo que haya hecho en el pasado─ soy su hija amada.
Con esa paz en el corazón y con esa certeza de saberme amada veo hacia adelante, pensando vivir en el mundo pero sin ser del mundo. Sé que voy contracorriente, pero me anima y fortalece saber que Dios está conmigo, y que Él guía mi vida con su amorosa Providencia. Hoy les puedo que hacer LA OPCIÓN V es la mejor manera de vivir. La castidad y pureza es un regalo maravilloso que Dios te da para que puedas amar y ser amada de verdad, y para compartirla con un amor bendecido por Él.
Quiero decirte que nunca es tarde: Dios siempre te espera con los brazos abiertos, si quieres volver a Él. Su misericordia es más grande que tus pecados, y si vuelves arrepentida a Él, Él no te echará en cara tus fallas, sino que hará una fiesta en el Cielo “porque esta hija mía estaba perdida, y la hemos vuelto a encontrar, porque estaba muerta, y ha vuelto a la vida!”
Si te caes y te das contra el suelo, ¡levántate! Es de valientes reconocer los propios errores y enmendarlos, intentando siempre de nuevo, sin desanimarse. Enamórate de Dios y aprende de Él a amarte rectamente, así podrás encontrar una persona especial, a la que Dios ha penado y reservado para ti. Yo aún espero y tengo fe de que vendrán grandes cosas en mi futuro.
M.D.S, 26 años, El Salvador.
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