Hace un año, finalizando una relación, conocí a alguien que se convirtió en una persona muy especial para mí. Yo pensaba que Dios lo había puesto en mi camino para aliviar el sufrimiento que albergaba en mi corazón. Me sentía muy triste, sola, aburrida, con baja autoestima, pero él supo hacerme salir de esa situación. Me hacía sentir bien con sus palabras, sus consejos, su forma de ser.
Empezamos a construir una bonita amistad en donde él me ayudaba a salir de mis tristezas y yo de paso lo ayudaba a él. Así pasó el tiempo y él se fue interesando por mí de una forma diferente. Ya no me veía solo como a una amiga sino más como a una mujer. Empezó a darme su apoyo, pero a través de abrazos, besos, caricias, algo que a mí me hacía sentir especial. Yo en ese momento no le veía nada malo, yo sentía su cariño y solo me importaba lo bien que me hacía sentir.
Así pasó el tiempo, hasta que un día, caímos en lo que él tal vez buscaba. Tuvimos relaciones y, aunque no fue un acto completo, para mí sí lo fue. Desde ese momento, se intensificaron los encuentros y cada vez me daba cuenta que él en realidad no me quería. Él dejó de estar pendiente de mí, su forma de ser cambió. Me empezó a gritar, me criticaba, me ofendía y siempre quería que yo estuviera dispuesta a hacer lo que él quería.
Estaba obsesionado con mi cuerpo, pero yo no quería entender eso. Día a día, fui conociendo más de él, pero cada vez yo me aferraba más. No entendía por qué, pero sentía que no podía vivir sin él.
Después, me enteré que era adicto al sexo, a la pornografía, a la marihuana y descubrí muchas cosas que poco a poco me hicieron entender que no todo era como yo pensaba, que yo nunca iba a lograr cambiarlo, así me esforzara por darle mucho amor.
En ese tiempo, vi como mi vida se destruía y perdí lo que nunca nadie me iba a devolver: mi dignidad.
Debido a todo esto, incluso cuando asistía a misa, sentía que me alejaba cada vez más de Dios. Así estuviera participando en la misa, yo sentía que todo lo que hacía me hacía ser la más miserable de las mujeres. Me sentía mal, triste, sin ganas de vivir. Tenía miedo a confesarme, a contar mis errores, a no poder salir de ese juego lleno de tentaciones.
Sin embargo, un día, al mirar el perfil de Facebook de una amiga, vi que compartió una foto de la página de La Opción V y decidí mandarles un inbox, pidiéndoles un consejo.
Fue lo mejor que Dios puso en mi camino y, aunque no conozco a la persona que tuvo la disposición para responderme, me sentía como si estuviera hablando con mi mejor amiga, siempre tuvo una palabra de aliento, de ánimo, un consejo. Logré entender, aunque con mucho esfuerzo y sacrificio, qué era lo mejor para mí. Tuve que alejarme de ese hombre y empezar a esforzarme por mantener mi castidad. No fue fácil, porque sentí que estaba enamorada. Caí una y otra vez en lo mismo, pero al final salí victoriosa.
De toda esta experiencia, aprendí que si uno termina una relación debe tomarse tiempo solo para reflexionar y aprender de los errores. Es importante tener una buena autoestima y estar seguro de lo que uno quiere para transmitírselo a esa persona y que si esa persona no te respeta, no te demuestra amor con actos, sencillamente, esa persona no te quiere y tal vez esté buscando lo más fácil.
Después de todo, llegué a creer que el amor no existe, pero la mejor muestra de amor estaba en mi vida y era el amor que Dios sentía por mí.
Me perdonó y me dio la oportunidad de recapacitar, aprender y recuperar las ganas de mirar hacia adelante dejando las malas experiencias atrás.
Anónimo
* ¡Este Blog es un espacio creado para ti! Tú también puedes enviarnos tus preguntas, testimonio o reflexiones a laopcionv@gmail.com, con nuestro compromiso, si tal es tu intención, de guardar tu identidad en la más absoluta reserva. Con tu colaboración y participación podremos ser cada vez más quienes creemos que el amor verdadero sí existe, y que el camino para alcanzarlo es la castidad!
** Todas las publicaciones en este Blog son de propiedad de la LaOpcionV. Pueden ser difundidas libremente, por cualquier medio, consignando siempre la fuente. Está terminantemente prohibida su reproducción total o parcial con fines de lucro.