La virginidad es un tesoro que debe ser cuidado y guardado para el futuro esposo o esposa.
La virginidad está compuesta por dos aspectos, el físico y el espiritual. El aspecto físico es cuando la persona no ha tenido ningún acto sexual, el aspecto espiritual es la resolución de abstenerse de todo acto sexual hasta el matrimonio -o entregarle la virginidad al Señor en la vida consagrada- y va más allá de la integridad corporal, porque es un acto de la voluntad.
Ejercer la sexualidad no es “obligatorio”, una “necesidad irreprimible”, como nos quieren hacer creer hoy en día. La virginidad no es ignorancia, es pureza. Yo tomé la decisión de mantenerme virgen hasta el matrimonio. Fui a la escuela, a la universidad, entré al mundo laboral, fui considerada por muchos como una mujer atractiva e inteligente, y estaba siempre rodeada de muchos amigos.
En la medida que pasaban los años mis familiares, compañeros de trabajo y amigos me repetían una y otra vez que por qué no tenía una pareja, a qué le tenía miedo, que si iba a “vestir santos” o que sería la tía solterona de la familia. Mi respuesta siempre era una sonrisa y decirles: “todo en el tiempo de Dios, Él sabe el día y la hora”. Nadie entendía, porque según ellos dejaba pasar las oportunidades, y me decían que era muy selectiva o pretenciosa. Otros simplemente hacían bromas y me decían que “la virginidad enferma”. En fin, nunca creí que era mejor mujer que las demás por ser virgen, pero sentía todo el tiempo que esa virginidad era un velo que me hacía sentir orgullosa y feliz de mí misma.
A los 25 años conocí a un hombre maravilloso, que fue mi primer y único novio. La única condición que le puse para ser su novia era que respetara mi decisión de guardar mi virginidad hasta el matrimonio. Él me dijo: «no solo la respeto, sino que te ayudaré a cuidarla».
Así pasó un año y tres meses hasta que llegó el gran día de la boda, que para mi sorpresa fue más bella de lo que algún día soñé.
Hoy les puedo decir que valió la pena la esperar, cuidar mi virginidad, ir contracorriente para vivir la castidad. No importa lo que el mundo diga, que si “está pasado de moda” o no: el hombre que de verdad te ama, respetará tu cuerpo, tus sentimientos y tu decisión. Finalmente, la castidad siempre será recompensada cuando la ofreces a Dios con amor y humildad.
A todos los jóvenes, hombres y mujeres, que se decidan a guardar ese tesoro quiero decirles: ¡no sientan vergüenza! ¡Es hermoso sentirse pura, limpia, en paz y tranquila con tu conciencia! ¡Y recuerda que la pureza viene del alma y se ve reflejada en el rostro y en tu cuerpo!
Yerina Fontalvo, 27 años.