Acabo de aterrizar del planeta Urano… “¡pero vengo en son de paz!”

Soy una joven soltera de 31 años. Siempre he vivido en castidad y no tengo vocación de monja, a pesar de que algunos me tomen el pelo. He descubierto vuestro canal de YouTube y de Facebook hace poco y os doy la enhorabuena por todos los consejos tan útiles que dais a los chicos y chicas que quieren vivir la castidad. ¡Me hubiera gustado contar con estos consejos hace unos años! Sobre todo para saber que hay muchos jóvenes que piensan y viven como yo. Me habría acompañado mucho.

Normalmente no doy testimonios, no me considero nada especial ni me gusta airear mi vida privada, pero al leer alguno de los que figuran en vuestra página, me doy cuenta de que quizá lo que vivo también pueda ayudar a otros, sobre todo a los más jóvenes, para que no se sientan como bichos raros. No, nunca tuve ninguna experiencia traumatizante, ni que cambiara radicalmente mi modo de pensar o de actuar. Pero sí, a mis casi 32 años, estoy convencida de que la castidad es la única vía para alcanzar un amor verdadero. Siempre lo he estado, ya desde la adolescencia (gracias a Dios, incluido durante un periodo de tiempo de cinco años en el que me alejé de la Iglesia y de los sacramentos; de eso hace ya nueve, pero ésa es otra historia).

Me suelen preguntar por qué estoy tan segura. Pues bien, porque sé que solamente me puedo dar a un hombre, con el que voy a estar para siempre. Si no es así, al menos para mí, el acto sexual sería algo falso: sería estarle diciendo a una persona, con el cuerpo, “te quiero para siempre”, pero sin estar segura de que vaya a ser así realmente. Sería una falta de sinceridad para con esta persona, a la que ante todo no quiero hacer daño, si luego descubro que no era la correcta. Y, además, una falta de coherencia entre lo que pienso y lo que hago. Por otra parte, francamente, me daría miedo ser utilizada como mero instrumento de placer y más miedo aún que me contagien alguna enfermedad de transmisión sexual. Necesito una garantía, tanto por su parte como por la mía. Y esta garantía es muy difícil de encontrar si no hay un compromiso mutuo, que es el matrimonio.

Antes, cuando no estaba segura de creer en Dios, lo entendía así, simplemente en un plano natural. Luego entendí que, ya en un plano sobrenatural, el don mutuo de los esposos es un regalo enorme de Dios, quien los hace partícipes de su labor creadora. Además, Dios deposita una gracia especial en los cónyuges a través del sacramento del matrimonio, para fortalecer su unidad indisoluble. Y así el amor humano se va perfeccionando, purificando, elevando, para parecerse cada vez más a la fuente de donde proviene: el amor divino. Sabiendo que ésta puede ser la meta, no entiendo muy bien cómo se puede desear otra cosa.

Partiendo de esta idea de base, la consecuencia lógica es que camino por esta vía, con naturalidad y alegría (y algo de cabezonería), sin importarme lo que hagan o digan los demás, con la esperanza de que algún día encontraré el amor verdadero (o me encontrará él a mí). Sonará aburrido o incluso melifluo, pero tampoco me importa: es cierto. Y, de momento por lo menos, me considero una persona feliz. De no encontrarlo (es estadísticamente probable, aunque no imposible), sinceramente encuentro que la vida de soltera tampoco está nada mal: aparte del trabajo, que me gusta mucho, hay más tiempo para estar con los amigos, la familia, o con personas que necesitan tu ayuda; para seguir estudiando, aprendiendo, enseñando, practicando muchas actividades diversas, deportes, voluntariado, etc. En cualquier caso, siempre mejor sola que mal acompañada 😉

Es cierto que no es fácil mantenerse firme en el mundo en el que vivimos, donde todos los medios nos bombardean con mensajes sexualizados y sexualizantes. En todos estos años, he podido ir viendo la cara que ponían distintos chicos cuando pronunciaba las palabras mágicas: “Quiero esperar hasta el matrimonio”. Para la mayoría, era casi como si les dijera: “Acabo de aterrizar del planeta Urano”. Si puedo, añado, para tranquilizar: “¡pero vengo en son de paz!”.

El resultado suele ser que, aquél que parecía tu amigo, con el que hacías planes y te reías, de repente te deja de llamar, seguramente porque sus intenciones a corto plazo eran otras. Pero bueno, ¡peor para él! O más bien, pobre de él… Lo bueno de este tipo de caballeros es que normalmente se auto-eliminan sin más; como si supieran que la carrera de obstáculos es demasiado larga y complicada y la meta demasiado lejana e inasequible. Prefieren algo que no cueste tanto esfuerzo, que sea accesible aquí y ahora, o como mucho en unos pocos días. Y, como hay muchas que están dispuestas a dárselo, no entienden por qué han de batirse el cobre por una integrista. Triste, pero práctico: simplemente pronuncia las palabras mágicas y tu príncipe habrá desaparecido. ¡Abracadabra!

Otra posibilidad es la de aquél que, del género caballeresco súper-comprensivo, te dice que respeta totalmente tu opinión y que es muy tolerante (ante todo, tolerancia), pero que seguramente se podrá encontrar un compromiso. Del estilo: “Siempre podemos dormir juntos, pero sin tener sexo”. Ya. Claro, hay que tener en cuenta que esto te lo dice un caballero que, además de tolerante, es sumamente templado, y tiene como costumbre, cuando tiene hambre, acudir al restaurante a sentarse al lado de su mejor amigo para contemplarlo mientras éste saborea su plato preferido; pero él nada, sólo mira. Muy loable, sin duda. Sin embargo, yo desafortunadamente carezco de tanto autocontrol y sé que es mejor no ponerme en situaciones tan tentadoras, así que prefiero sencillamente evitarlas. ¡Ojo! Este tipo de caballeros puede ser más peligroso que el primero, porque, si te convencen, intentarán ir sobrepasando tus límites y, poco a poco, los irán desplazando con un poco de labia y de palabrería romántica. Palabras, palabras, palabras.

Otra cosa: también hay que estar muy atenta a cualquier tipo de propuestas pseudo-decentes, del estilo: “Ven a mi casa a ayudarme a colgar un cuadro”. O “vamos a continuar la conversación en este sofá, que estaremos más cómodos”. Admito que he caído en alguna de éstas, por ingenua, y luego hay que salir del entuerto, lo que suele ser algo embarazoso. Así que lo mejor es saber detectarlas y encontrar el modo de dar una larga cambiada rápidamente. ¡Olé! Y adiós.

En cualquiera de los casos, la claridad y el sentido del humor ayudan a lidiar con estos especímenes. Siempre, eso sí, intentando, en la medida de lo posible, no herir y que no nos hieran. Lo que está claro es que no nos convienen. Al menos yo, quiero un caballero de verdad, de los de capa y espada, de los que son capaces de esperar y sacrificarse porque saben lo que vales y te quieren de verdad, a ti y sólo a ti, para siempre jamás amén. ¡Y existen! Doy fe, los he visto, también existe esta especie (probablemente proveniente de Urano), ¡no hay que desanimarse! Lo que pasa es que a veces hay que tener paciencia: toparse con un “complanetriota” tampoco implica necesariamente que vaya a ser tu tipo. Aunque sí que ayuda, por lo menos para empezar, poder hablar los dos en “uraniano”.

Lo importante en la espera es tener las ideas claras y saber decir que NO a las ofertas de los distintos pretendientes que vienen y no convienen: un NO claro, sin empacho, con amabilidad y con originalidad si se quiere, así la cosa se hace más llevadera. Y, si no, pues más tajantemente si es necesario, si el susodicho no se da por enterado. No. Que no.

He de reconocer que, con los años, mi actitud ha ido cambiando: al principio, aceptaba mucho más alegremente invitaciones a cafés y paseos en bicicleta, para ir conociendo al chico, convencida de que “si me quiere, será capaz de cambiar y de esperarme”. Ahora, que vivo un poco menos en un mundo de flores-mariposas-arcoíris-plastilina, ya un poco cansada de que se vayan descartando príncipes indeseados, tiendo más a decir que no directamente desde el principio, si me huelo que el aspirante a caballero no reúne un mínimo de condiciones indispensables. Así no hay falsas esperanzas ni desilusiones, y me evito de paso explicaciones a chicos que de todas formas no estarían interesados en escucharlas.

A veces me dan pena, porque me doy cuenta de que posiblemente no sea tanto culpa suya, de que muchos ni siquiera van con mala intención; sino que se dejan llevar por la corriente y se acomodan a la escala de valores trastocada de nuestra sociedad contemporánea. Así que rezo por ellos y luego: “ha sido un gusto y hasta luego”, pies para qué os quiero. Me digo que, si Dios quiere que me case, me presentará a mi marido primero. Y, si no, tendrá algo que quizá ni me espero. En cualquier caso: a vivir, ¡que son dos días! La vida es bella y, después, ¡el cielo!

13 de mayo de 2016.

Tripulante de Uranus-V, 31.7 años (terrestres), 0.37 años uranianos.

Artículo escrito para La Opción V

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