“Si él no va a llegar virgen al matrimonio, por qué yo sí?”

¡El amor crece y madura cuando brilla en él la pureza!

¡Hola amigos de La Opción V! Durante estos días he leído muchos testimonios en su Blog y me he animado a escribir el mío para compartírselos. Desde muy  pequeña abracé mi virginidad aun sin saber a profundidad de qué se trataba eso de “llegar pura al altar”, pero sabía que eso era exactamente lo que yo quería para mí. Me ilusionaba la idea del esposo esperando junto al altar y la novia vestida de blanco, la novia que se había guardado exclusivamente para él.

Recuerdo que casi terminando el colegio se hablaba mucho de si era posible o no llegar virgen al matrimonio y de que era “injusto” que se le exigiera a la mujer semejante hazaña mientras al hombre se le excusaba una vida libertina. En ese tiempo yo no poseía herramientas y por lo tanto no podía emitir ningún tipo de argumento que contrarrestara el comentario de mis compañeras, solo me quedaba mi convicción de que esas eras las enseñanzas de mi madre reforzadas en las clases de religión que recibía en el colegio. Ellas insistían: “si tu futuro esposo no va a llegar virgen al matrimonio, ¿por qué tú has de hacerlo?” Y así crecí con la idea de que al hombre no se le puede exigir “semejante cosa”, que “¡ni modo!”, que solo las mujeres estamos llamadas a la pureza.

Durante mucho tiempo estas ideas sembradas en mi cabeza no me causaron ningún problema, hasta que tuve a mi primer enamorado. Sabía lo que NO se debía hacer y aunque al principio no había motivos para expresarle mi decisión, poco a poco la pasión ganaba terreno en un amor inmaduro. Pronto nos vimos envueltos en el juego de la cuerda floja, muchas veces a punto de caer. ¡Qué terrible me sentía en aquellas ocasiones en las que “sin perder mi virginidad”, manchaba la pureza tan reservada!

Mi enamorado nunca me presionó para tener relaciones sexuales, pero las veces que yo era débil y no ponía un alto tampoco él paraba hasta que las cosas se subían de tono: un botón menos, caricias indebidas, besos de más, etc. ¡Durante mucho tiempo perdimos el tiempo en este “juego” sensual y erótico que no era expresión de un amor verdadero! Sin duda estábamos enredados en esta trampa, cegados por nuestras pasiones. Yo, una vez que pasaban esos momentos de euforia y pasión desbordada, sentía que aun sin haber faltado a mi promesa ya estaba fallándome a mí misma, a él y a Dios.

Durante mucho tiempo el tema nos costó porque ninguno de los dos tenía argumentos o habíamos recibido algún tipo de formación respecto al tema de la castidad. Tampoco teníamos amigos a quienes preguntarles, nos daba vergüenza contarle a otras personas y solo encontrábamos consuelo en las confesiones.

Fue durante una confesión que el Sacerdote de mi parroquia me recomendó un curso donde tratarían este tipo de temas: “ahí tendrás las respuestas que buscas”, me dijo. ¡Este curso llamado EDEN (Escuela de Enamorados) fue nuestro bote salvavidas! Asistimos y empezamos a formarnos, a rezar juntos, a ser más consientes de nuestra debilidad y cómo ser más fuertes ante ella, a ser prudentes evitando estar solos, en lugares cerrados o apartados, abandonando las conversaciones sobre esos temas, etc. Lo más importante fue que comenzamos a darle a Dios el espacio que siempre debió tener en nuestra relación. Sin duda luchar por un ideal tan alto puede parecer imposible si ponemos solamente nuestro esfuerzo humano, ¡pero con Dios lo imposible es posible! La verdad, igual no ha sido fácil, ¡pero con Él la carga se hizo más ligera! Además, desde que aducimos a este curso hemos tenido argumentos necesarios para mantenernos firmes, ¡y qué importante es eso! ¡Tener criterios, las cosas claras, razones, argumentos!

Hoy mi enamorado y yo tenemos casi 5 años juntos, y tenemos el propósito de casarnos pronto. Hemos renovado nuestra promesa de castidad cuatro veces. Eso ha fortalecido nuestro compromiso y ha permitido que nuestro amor siga madurando al calor del amor del Señor Jesús. Les puedo asegurar que esta espera y lucha ha valido y vale la pena y estoy convencida de que dará muchos y buenos frutos en la vida matrimonial. También les puedo decir que el exigente entrenamiento y ejercicio de la castidad es el ejercicio que conduce a la fidelidad –otro valor tan perdido hoy– y que no hay hogar más sólido que el que está fundado sobre una roca firme y no sobre la arena de las pasiones y placeres fugaces! Para nosotros, esa roca es Cristo, su amor fiel, que no se echa atrás jamás, un amor que nutre nuestro amor para hacerlo semejante al Suyo.

Mis amigar terminarnos por convencerme de que era imposible que un hombre pudiese esperar, llegar virgen al matrimonio. ¡Cuántas chicas se creen esa gran mentira y por eso creen que no les queda otro camino más que ceder a los impulsos, deseos y a veces exigencias sexuales de su novio! ¡Eso no es así! Permítanme compartirles algo que una vez me enseñaron a mí: “las mujeres están llamadas a ser maestras de amistad, a ser el ángel de la guarda de la castidad del varón”.  ¿Injusto? ¿Irreal? ¡Nada de eso! Es propio del hombre querer conquistar, está en su naturaleza. Sus pasiones se encienden más rápido que en nosotras, las mujeres. No es cuestión de decir “¡por qué yo siempre soy la que tiene que decir no!” Eso nos toca, y hay que asumirlo, porque “el hombre no llega sino hasta donde la mujer se lo permite”, y esa es NUESTRA RESPONSABILIDAD, nos guste o no. Y no podemos consentirnos –a menos que queramos degradarnos a nosotras mismas– el falaz argumento de “¿si ellos no llegan vírgenes al matrimonio, por qué tengo que hacerlo yo?” Es como decir: “si el hombre se rebaja, ¿por qué yo no puedo rebajar mi dignidad? Si él se dispara un tiro, ¿por qué yo no?” ¡Es necio y estúpido pensar así, porque tú misma eres la que saldrás dañando!

Luego de nuestro “entrenamiento” en el ejercicio de la castidad puedo decirles que no se trata solamente de poner límites y prohibiciones, sino que se trata de mantener tus estándares elevados, de mantener tu propia dignidad y desde allí elevar a tu enamorado a vivir una vida de pureza, posible cuando nos educamos para ello y cuando acudimos al Señor, quien es la fuente de toda pureza y del amor verdadero.  

Le agradezco infinitamente a Dios porque siempre me preservó, me dio padres muy enojones que no me dejaban ir a fiestas muy seguido, un papá que ponía hora de llegada y una mamá que vigilaba la ropa que vestía. Le agradezco porque me ha regalado a mi primer y único enamorado y con él la oportunidad de mirar al cielo y decir: ¡si es posible! ¡Y es posible cuando ambos se lo proponen y ponen los medios necesarios! Y eso es lo que hicimos, luego de nuestros primeros resbalones… y porque cuando buscamos el perdón, Dios salió al encuentro de mis anhelos de pureza a través de este Sacerdote que nos ofreció este maravilloso curso que cambió nuestras vidas.

Termino diciéndoles a todos los enamorados que esa etapa debe ser ante todo una escuela de amistad profunda, no como tantas veces se toma hoy en día, tiempo para “conocerse erótica y sexualmente”. ¡NO! Sólo una verdadera amistad es el cimiento sobre el cual se construye la casa del futuro matrimonio. Y donde no se cultiva la pureza, no puede crecer la verdadera amistad que es esencial para amarse y respetarse por todos los días de su vida.

D.R., 23 años, Ecuador.

Testimonio escrito para la La Opción V:
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