¿Es inofensiva?
Cuando un esquimal en Alaska detecta la presencia de un lobo en su territorio, está obligado a proteger a sus rebaños y a sus hijos. Pero en lugar de enfrentarse directamente al lobo, el cazador usa el apetito del propio animal para vencerlo. Sacrificando a uno de sus chivos más pequeños echa su sangre sobre la navaja de un cuchillo. Una vez que se congela la primera capa por las temperaturas árticas, le echa más sangre y espera que se congele nuevamente. Este proceso lo repite hasta que la hoja de la navaja queda cubierta con una gruesa capa de sangre congelada.
Antes del anochecer el esquimal sale de su campamento y entierra firmemente el mango del cuchillo en el suelo, con la navaja sobresaliendo de la nieve. Como los lobos son capaces de oler sangre a kilómetros de distancia, no tardará mucho para que el lobo detecte la trampa puesta por el esquimal y empiece a lamer cuidadosamente la sangre congelada. Como la sangre lamida excita al animal, éste empieza a lamer más agresivamente hasta que el filo de la navaja queda expuesto, con lo que el lobo se hace un pequeño corte en la lengua. Debido a que la lengua del lobo está adormecida por la sangre congelada que ha estado lamiendo, el animal no siente el corte que le ha causado la navaja. Poco a poco la sangre del chivo es reemplazada con la sangre cálida del mismo lobo. El sabor de la sangre fresca despierta en el animal una excitación aún mayor que lo lleva a lamer con mayor frenesí, cortándose de este modo una y otra vez. En pocas horas, el lobo muere desangrado.
Esta trampa es como la seducción de la pornografía: al principio experimentas satisfacción sin mayores consecuencias. Acaso sientes que te estás saliendo con la tuya, por un tiempo. Sin embargo, antes de que te des cuenta, el daño ya está hecho: has quedado enganchado en un vicio del que ya no puedes liberarte. Volverás a la pornografía cada vez con más frecuencia, con más “frenesí”, buscarás imágenes cada vez más fuertes, te pasarás horas ante la computadora sin poder detenerte… con el tiempo te darás cuenta que la pornografía nos “promete todo” pero nos deja vacíos.
En el caso de la pornografía, que se inicia en el despertar de la adolescencia y a veces ya en la niñez, los efectos más dañinos se perciben después, cuando realmente tratas de amar a una mujer. Algunos estudios realizados entre personas que veían pornografía hacían ver que era poco probable que quedasen satisfechos con el afecto, la apariencia física, la curiosidad sexual y el desempeño sexual de su compañera6. Algunos esposos hasta llegan a pensar que tienen el derecho excitarse mediante fantasías. Llegan a pensar que si una esposa no es perfecta, es culpa de ella. Por otro lado, una esposa que “no está a la altura de los estándares sexuales de su esposo” puede llegar a considerarse culpable de no ser tan “perfecta” como una estrella porno.
Como me dijo un chico de secundaria: “Imagínate si el primer cuerpo de mujer que ves es el de tu esposa. ¡El matrimonio sería tan excitante como la pornografía!”.
Nuestras mentes son como un bastidor en blanco, que Dios nos ha regalado. En él, tenemos la libertad de grabar cualquier imagen de feminidad que queramos. Yo empecé formando mis expectativas del cuerpo de una mujer con revistas de trajes de baño y pornografía mucho antes de entrar a la secundaria. Para cuando me gradué, yo suponía que la visión distorsionada que tenía de las mujeres era normal. Empecé a verlas como vería un catálogo de autopartes para camioneta: ¡esta tiene un buen equipamiento para el “off-road”! ¡Esta tiene mejores amortiguadores! ¡Me gustan los aros en aquella! Yo juzgaba el valor de una mujer de acuerdo a cuanta lujuria despertaba en mí. El mirar a una mujer hermosa automáticamente disparaba en mí un pensamiento morboso.
En aquel tiempo no sabía que aunque sólo me tomaba unos segundos ver esas imágenes, me tomaría años olvidarlas. Mientras ante mis ojos una imagen sucedía a otra, no tenía ni idea del impacto que éstas tendrían en mi mente. El centro de placer en el cerebro del hombre se llama núcleo preóptico medio, y es fácilmente entrenado. Cuando un hombre experimenta un placer sexual, entrena su cerebro para asociar lo que está haciendo o mirando con el goce sexual. En el caso de la pornografía, el cerebro del hombre se entrena para asociar el placer sexual con cientos de fantasías irreales.
¿Cómo puede un hombre vivir de esta manera por años y de un momento a otro hacer un cambio radical para empezar a vivir un matrimonio puro, libre de pornografía, sin pensar en otras mujeres o compararlas continuamente con aquellas “estrellas” de la industria porno? Si un joven no aprende a dominar sus impulsos sexuales y decir “no” a la tentación, si no aprende a mirar y tratar a la mujer con respeto y pureza, su lujuria será capaz de desvirtuar o incluso destruir el amor verdadero cuando éste llegue.
La buena noticia es esta: nuestro cerebro puede ser reentrenado, aunque el proceso tarde años. Así que lo mejor es empezar ahora mismo: ¡tira la pornografía al basurero! ¡Instala un filtro en tu computadora! Pero haz más que eso: en vez de desear ver a las mujeres en la pornografía, procura respetarlas y amarlas. En palabras del Papa Juan Pablo II: “Dios asignó a cada hombre como un deber la dignidad de cada mujer”.7 Una manera concreta de hacer esto es dejar de apoyar a la industria que las degrada.
Para llegar a ser hombres de verdad debemos “negarnos a nosotros mismos” por el bien de nuestra amada, mirar pornografía nos castra. Sólo nos enseña a tomar algo de las mujeres. Pero al eliminarla de nuestras vidas y luchar por la dignidad de cada mujer, nos estamos vaciando de nosotros mismos y convirtiéndonos en los hombres verdaderos de Dios que las mujeres necesitan que seamos, hombres que las cuiden y protejan en vez de vaciarlas a ellas para obtener un “beneficio”.
Jason Evert, Masculinidad Pura.