«Un hombre de verdad valora a una mujer, inclusive cuando ella no lo hace».
Un chico me pregunto una vez: «¿Hasta dónde puedo llegar con mi enamorada?». Yo a su vez le pregunté: ¿hasta dónde quisieras que llegue el enamorado de tu hermana con ella, y de inmediato me dijo: «¡NADA!»?
Es impresionante ver cómo especialmente en esto aplicamos la “ley del embudo”: angosto para ti, ancho para mí. Es decir, a los otros les exijo estándares elevados de comportamiento, pero cuando se trata de mí, rebajo todos los estándares al mínimo.
Si tú quieres que respeten a tu hermana, y si quieres que respeten a tu(s) futura(s) hija(s), ¿por qué no piensas que esa chica que es tu enamorada o novia, es hermana de alguien, es hija de alguien que espera lo mismo de ti, es decir, que la trates con el máximo respeto? El hecho de que te quiera no te da derecho a “avanzar” y aprovecharte de la confianza que te tiene para hacer cosas con ella que no quisieras que otros hagan con tu hermana.
Algunos argumentan que mientras esté de acuerdo, ¿por qué no avanzar? Pues hoy en día muchas chicas tienen miedo de decir «no» a los enamorados por miedo a «herir sus sentimientos» o por miedo a perderlos. Prefieren permitir cosas a quedarse solas. Por eso, tu deber para con ella es protegerla incluso si ella misma quiere avanzar. Enséñale a respetarse a sí misma y a hacerse respetar. Créeme que aunque te diga que «no hay problema», sí lo hay, sí le haces daño, te haces daño a ti mismo y haces daño a la relación. Por ello, trátala como si fuese tu propia hermana. No tienen por qué adelantar las cosas. Si verdaderamente se aman, el sexo puede esperar para cuando estén casados.
Este es el razonamiento que cambió la vida de Eduardo Verástegui, un ex actor de telenovelas mexicano considerado antiguamente un sex symbol y latin lover, y que en un momento hizo la opción por vivir la castidad. Como entenderás, tenía todo lo que el mundo le podía ofrecer:
«Gracias a mi maestra de inglés, Jazmine, cambió mi vida. Ella me veía salir con una niña un día y al siguiente con otra, hasta que me preguntó: “Eduardo: ¿a ti te gustaría tener una familia algún día? ¿Te gustaría tener hijos?” ─ “Sí”. ─ “¿Hijas?” ─ “¡Claro que me encantaría tener muchas hijas!” ─ “¿Y qué tipo de hombre te gustaría que tus hijas encontraran para formar una familia?” Y bueno, yo describí casi un santo: un hombre que dé la vida por ellas, fiel, un hombre honesto, íntegro, trabajador, que las ponga en pedestal como si fueran diamantes, leal, que las respete y bueno, una listota enorme… casi describí a un santo, el hombre ideal, el hombre perfecto. Y ella al final me dijo: “Y tú, ¿eres ese hombre?” Y casi con una lágrima en el ojo, porque me llegó al corazón lo que me estaba preguntando, le dije: “No”. Y me dijo: “¿Entonces por qué exiges lo que tú no das?”».
Él mismo, luego de 10 años de vivir la castidad dijo en una entrevista que le hizo el diario El Comercio en Lima (2012):
«La castidad no es una cuestión fácil. Vas contracorriente todos los días. Aristóteles decía: “no hay conquista más grande que la conquista de uno mismo”. Es una libertad, la libertad de hacer lo correcto… La castidad es un entrenamiento. Le estoy siendo fiel a mi esposa antes de conocerla».
P. Jürgen Daum, Sexualidad y Castidad, Para jóvenes que quieren ser hombres de verdad (pág. 137)
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