El perreo, tipico baile en las discotecas… tambien conocido como baile del «sexo con ropa»
Hace poco una amiga me invitó a salir a una fiesta por su cumpleaños. En realidad ya casi no la veía mucho. También fueron las “amigas” que por un tiempo se alejaron de mí cuando decidí seguir al Señor, vivir mi fe católica con coherencia. La verdad es que cuando me invitó pensé si era prudente ir o no, si me haría bien o no. Decidí ir por mi amiga, y porque pensé que ir a la fiesta sería una buena ocasión para recuperar la amistad con ellas. Aunque creo que todas esas decisiones no fueron más que una excusa: la presión social pudo más que todo.
Luego de decidir ir vino la pregunta: “¿y ahora que me pongo?” Ellas mismas “me ayudaron” a elegir mi ropa. Lo que me recomendaron no me gustó desde el comienzo: ¡una falda bien corta y apretada! Aunque ellas me decían que se me veía muy bien, yo me sentía muy incómoda por dentro. Y a pesar de que yo les decía que a mí me parecía que la falda era muy corta, ellas insistían y me decían que para verme más alta –es que soy bajita– debía usar la falda más corta y apretada, así mis piernas se verían más largas. Y así, sin luchar mucho y dejándome llevar nuevamente por la presión, cedí. Esta vez las “razones” para convencerme eran: está “de moda” y “para todas es normal” usar ese tipo de faldas.
Es muy cierto que muchas de nosotras solo buscamos llamar la atención de los chicos con un vestido muy pequeño, eso sucede porque no estamos seguras de nosotras mismas. Si lo estuviéramos, me pregunto: ¿sería necesario llamar la atención de esta forma? Yo pienso que lo más importante es vestirnos para nosotras mismas, que nos sintamos bien y cómodas con lo que usemos.
Llegamos a la disco –allí era la fiesta– y, efectivamente, ahora todas usan la falda corta y apretada, así como también escotes muy insinuantes. Cuando las vi me dije a mí misma: “pucha, ¡yo no quiero verme así!”
Antes de entrar a la disco me había hecho la idea de divertirme bailando solo con mis amigas. Sin embargo llegó un momento en el que bailábamos ya en parejas, cada una con un chico que había conocido allí esa noche. Yo estaba tranquila al bailar salsa y latin con el chico que conocí, pero luego pusieron reggaetón y el baile se puso más comprometedor. En ese momento era o irme sola y no bailar o dejarme llevar, según yo, “bailando tranquilo”. Igual no fue nada tranquilo. Al momento que el chico me volteó y hubo contacto físico, mi cara y mis ánimos cambiaron por completo. Mientras seguíamos bailando yo de espaldas y él pegado a mí abrazándome, miraba a una amiga como implorándole que me saque de esa situación. Es que antes de ir a la fiesta le había pedido que me cuidara, pues ella sabe que he hecho una promesa de pureza y que ya no soy de salir mucho a fiestas para no exponerme a situaciones como esas. En ese momento en el que yo no tuve el valor ni la decisión para salir de esa situación por mí misma, ella tampoco se dio por enterada. Ahora sé que yo misma debo ser la que me cuide, porque nadie lo hará por mí.
Decía que a mis actuales 18 años ya no soy de salir mucho a fiestas porque antes de conocer al Señor yo bailaba de una forma muy provocadora, estimulando sexualmente a mi pareja de baile. En realidad, desde que tengo uso de razón era normal bailar así. Luego empecé la preparación para la confirmación y sin darme cuenta, por estar yendo a mis reuniones, deje de ir a las fiestas. La verdad, ya no me parecía tan divertido ir a la disco como las cosas que hacía con este grupo de amigos y amigas. Siempre había algo interesante que hacer, era un tiempo para formarnos y también para divertirnos sanamente, sin tener la necesidad de recurrir a la música ensordecedora, al alcohol, a los bailes sensuales y casi eróticos.
Recuerdo que desde los 15 veía a varias chicas de mi cole que bailaban de una forma chocante: el chico simplemente se recostaba en la pared y la chica “le bailaba” volteada. Entonces solo sentía pena por ellas, y más pena escuchar como los chicos y las chicas hablaban mal de ellas a sus espaldas, de cómo bailaban tan groseramente. Pero nadie les decía nada, y los chicos se “beneficiaban”.
En la disco a la que fuimos el ambiente no era para nada sano. ¿Lo es en alguna? Al momento de bailar de espaldas con este chico y permitir el contacto físico no sabía qué hacer, a pesar de saber que me sentía demasiado incómoda. El chico simplemente se excitaba conmigo y yo me prestaba para eso sólo por no ir “contra la corriente” y para no quedar mal con mis “amigas”, con esas “amigas” que no estuvieron conmigo en las malas y que encima me abandonaron por seguir a Dios.
Al terminar la fiesta y ya en camino a casa yo les decía que no me sentía bien por cómo había bailado. Ellas me decían que no exagerara, que no había hecho nada malo, que eso era “normal”.
Ahora reconozco que me dejé llevar sólo por quedar bien con ellas, y al hacerlo abandoné a mi Amigo verdadero, al Señor Jesús.
De los errores se aprende: sé que si he hecho una opción por vivir la pureza no es sano que me exponga yendo a lugares en los que degradan la dignidad de las mujeres, y que yo valgo demasiado como para poder estar mendigando el reconocimiento de ciertas “amigas” que tan solo me aplauden cuando hago lo mismo que ellas, sin importar si me daño o no, y rechazándome si decido pensar de otra forma.
Desde ahora debo esforzarme mucho en fortalecer mi pureza y escoger bien a qué lugares voy a salir para no exponerme de esa forma.
L.S., 18 años, Perú.
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