Estuve en una de las conferencias del P. Jürgen Daum. Más allá del discurso sensato y simple, el primer mensaje que le da credibilidad es su presencia de sacerdote limpio y sincero. Dios nos lo cuide siempre (la vanidad es para los imbéciles). Es como un manso monje que de pronto se encuentra en medio del circo y tiene que predicar a un público atontado por el ruido del mundo que él no escucha ni parece comprender y que por eso comprende mejor que el más experimentado en cosas de las que no se aprende nada.
Por que el mundo no enseña nada ( y no hablo del buen mundo creado por Dios sino de esa falsificación diabólica hecha de vanagloria y avaricia): sólo engatusa, enreda, atrapa, deglute a las personas y después escupe unos huesos secos. Eso es lo que uno ve en la cara cansada del humor sucio que intenta darle credibilidad a la lujuria. Eso es lo patente en esa falsa sabiduría que tiene el que se ha arrastrado por la impureza sexual. Yo lo he sabido desde muy niño.
Con toda su sencillez este buen cura me lo recordó. Vi una vez más el horror que es la lujuria, su brutal esterilidad y tiranía, pero lo vi desde una luz que le arranca eso que don Gilberto Chesterton llama «solemnidad de baratija». Por que el buen humor está del lado de la gracia, siempre ligera y flexible, no de la desgracia, pesada y dura. Una luz que antes que nada nos dice que somos hijos de Dios, demasiado valiosos para vender nuestra primogenitura por ese plato lleno no de lentejas sino de algo incomible que bien mirado produce justas nauseas.
No, adultos amigos del circo, no he creído nunca sus monsergas sobre el odio al sexo o al placer que le achacan a la Iglesia. Menos aún las falsas atribuciones de salud que le dan al libertinaje sexual. Y mucho menos aún si cabe, esa pseudociencia con ribetes de brujería que se le ocurrió a un austríaco según la cual la libido nos explica todo, hasta la teoría del autríaco en cuestión.
En verdad es hora de decir que hay una opción verdadera, una que cuida los corazones para que esa dulce infancia en la que se funda todo crecimiento auténtico no se vea intoxicada por el malhumor de esos pobres adultos que habiendo perdido la inocencia no resisten que otros la quieran conservar. Esa opción se llama castidad. Lo que el cura llama «La Opción V».
Yo me apunto sin reservas porque es una justísima causa y sobre todo por mi esposa, por mis pequeños hijos, candiles del amor que Dios me ha dado a cuidar, por mis alumnos en los que brillan las ansias de amar, por mis amigos que me dan fortaleza, y por los mismos enemigos de Cristo, a los que Él tanto ama.
José Manuel Rodríguez C., Profesor Investigador de la Universidad Católica San Pablo, Arequipa, Perú.
FUENTE: RONCUAZ