“Es como tener una enfermedad incurable”
Por años, Kara Jefts vivió con un terrible secreto. Cuando conocía a un muchacho, jamás revelaba su apellido hasta la quinta o sexta cita. Cuando empezaba un nuevo trabajo, inmediatamente se hacía amiga del experto en tecnologías para que bloqueara sus correos hostiles. Cuando hablaba con un nuevo jefe, forzaba una conversación incómoda sobre su historia romántica. Su secreto era así de terrible porque no era en absoluto un secreto: durante los últimos cinco años las fotos de Jefts desnuda han estado circulando en correos electrónicos, en publicaciones de Facebook o en búsquedas de Google.
Jefts es una académica reflexiva de poco más de 30 años, archivista e historiadora del arte en una universidad de Chicago que nunca tuvo la intención de colocar imágenes suyas desnuda para que circularan por la red. Pero en el 2011, poco después de terminar una relación amorosa a distancia con su enamorado que vivía en Italia, empezaron a aparecer en línea capturas de pantalla explícitas con sus conversaciones de Skype. Habían sido enviadas a su familia y amigos, publicadas en Facebook con amenazas violentas en su contra, e inclusive aparecían en páginas web dedicadas a exponer enfermedades de transmisión sexual con acusaciones falsas sobre su historia sexual.
Hay un nombre para lo que ha experimentado Jefts, un crimen sexual digital que afecta a miles de vidas, pero que todavía evade principalmente el cumplimiento de la ley. Se trata de la pornografía no consentida, más comúnmente conocida como venganza porno. La diferencia está en su motivación, mas no en el efecto que causa. La venganza porno a menudo pretende acosar a la víctima, en cambio una imagen que está circulando sin el consentimiento de la persona se llama pornografía no consentida. Ambas pueden dar lugar a una degradación pública, aislamiento social y humillación profesional para las víctimas.
Facilitada por la convulsión tecnológica y cultural que puso una cámara en cada bolsillo y creó una audiencia global para cada publicación en las redes sociales, la pornografía no consentida se ha vuelto cada vez más común. Prácticamente todos los días se reportan nuevos casos: Una joven de 19 años fue chantajeada en Texas para que tuviera relaciones sexuales con otros tres adolescentes después de que su ex pareja la amenazara con publicar un video explícito sobre ella. Otra joven de 20 años en Pensilvania recibía la visita de hombres extraños en su casa después de que su ex novio publicara sus fotos y su dirección con una invitación que decía: “Vengan a tener sexo”. Una superintendente de la escuela de Illinois de unos 50 años fue despedida después de que su ex esposo supuestamente enviara un video explícito de ella a la junta escolar.
Algunas de estas fotos y videos privados encuentran su destino en páginas pornográficas, donde la “venganza” es su propio género.
Más a menudo, sin embargo, también se publican en las redes sociales, donde todos los amigos de la víctima pueden verlos. Facebook recibió más de 51,000 informes de pornografía por venganza sólo en enero del 2017, según documentos obtenidos por The Guardian, lo que llevó al sitio a desactivar más de 14,000 cuentas. Una encuesta realizada por la revista Data and Society en el 2016 a 3,000 usuarios de Internet encontró que aproximadamente 1 de cada 25 estadounidenses ha tenido a alguien que o bien ha publicado una imagen sin su permiso o bien ha tratado de hacerlo. Para las mujeres menores de 30 años esa cifra sube a 1 de cada 10. Y una encuesta de junio en Facebook, realizada por el grupo de defensa contra la venganza porno Iniciativa Cibernética de los Derechos Civiles (Cyber Civil Rights Initiative), encontró que 1 de cada 20 usuarios de las redes sociales ha publicado una imagen gráfica sexual sin consentimiento.
El problema salió a la luz pública a principios de este año, cuando se encontró que cientos de Marines en servicio activo y en retiro circulaban imágenes explícitas de algunas de sus actuales o ex compañeras de servicio. Las imágenes fueron publicadas en un grupo secreto de Facebook, compartidas como sus abuelos podrían haber intercambiado copias de Playboy. Aproximadamente dos docenas de miembros del servicio han sido investigados desde que el escándalo se destapó en enero, llevando a los Marines a prohibir formalmente la pornografía no consentida en abril. En mayo, la Cámara de Representantes votó por unanimidad para que la pornografía no consentida sea un delito militar sujeto a corte marcial.
En algunos casos, los perpetradores son piratas informáticos (hackers) que atacan a mujeres famosas, filtrando fotos comprometedoras. El año pasado, la estrella de Saturday Night Live, Leslie Jones, fue hackeada y sus fotos de desnudos se difundieron en la red. El año 2014, fotografías de Jennifer Lawrence y otras celebridades femeninas desnudas fueron hackeadas y filtradas en uno de los mayores casos de pornografía no consentida hasta la fecha. Es un problema en casi todo el mundo: en mayo, fotografías supuestamente desnuda de la candidata presidencial ruandesa Diane Shima Rwigara aparecieron en línea días después de que anunciara su intención de desafiar al líder de la nación, Paul Kagame.
Este tipo de acoso muestra cómo la violación sexual ahora puede ser tanto física como digital. Su rápida propagación ha dejado a las fuerzas del orden, a las empresas de tecnología y a los funcionarios luchando para ponerse al día. Cuando la evidencia vive en la nube y muchas leyes están atrapadas en la era “pre-smartphone”, la pornografía no consentida representa una pesadilla legal: es fácil de difundir, pero casi imposible de castigar.
Los defensores están tratando de cambiar la situación, en parte al empujar un proyecto de ley del Congreso que haría que la pornografía no consentida sea considerada un crimen federal. Sin embargo, hay obstáculos en todos los rincones, desde los retos tecnológicos de quitar por completo cualquier publicación de Internet, pasando por la postura frente al cumplimiento de la ley, hasta las muy reales preocupaciones sobre la legislación que podría restringir la libertad de expresión. Mientras tanto, las víctimas viven con miedo de convertirse en una versión del siglo XXI de Hester Prynne (personaje de La letra escarlata). “Tengo que aceptar por el momento que continuará persiguiéndome”, dice Jefts. “Es como tener una enfermedad incurable”.
¿Por qué alguien compartiría una foto desnuda?
Jefts nunca se consideró el tipo de persona que enviaría fotos desnuda. Ella es prudente y profesional, y agudamente consciente del poder de las imágenes. Pero conoció a un hombre que vivía a un océano de distancia, y rápidamente se enamoró. Skype era fundamental para mantener la relación viva, y ambos a menudo se enviaban fotos y “chateaban” por video en formas que algunas veces se convirtieron en sexuales. “Si es la Segunda Guerra Mundial y tu esposo se va, le envías cartas e imágenes, tienes esa correspondencia que ayuda a mantener esa conexión emocional”, explica. “[Hoy] es más instantáneo gracias a la tecnología, pero su origen es el mismo”.
Mientras alguna pornografía no consentida proviene de imágenes que son hackeadas o tomadas subrepticiamente, en muchos otros casos las imágenes fueron coquetamente intercambiadas entre los miembros de la pareja como sexts o sextings (mensajes con contenido sexual). De acuerdo con un estudio del 2016 realizado por investigadores de la Universidad de Indiana entre aproximadamente 6,000 adultos, el 16% había enviado una foto sexual, y más de 1 de cada 5 había recibido una. De los que habían recibido fotos de desnudos, el 23% reportó haberlas compartido con otros, teniendo los hombres el doble de probabilidades que las mujeres de hacerlo.
Los “boomers” (personas que nacieron entre 1946 y 1960) pueden estar desconcertados por esta práctica, pero muchos menores de 30 años no ven al sexting como particularmente transgresor. “Está incrustado en las relaciones modernas de una manera que nos hace sentir seguros”, dice Sherry Turkle, profesora de ciencias sociales y de tecnología en el MIT. “Ésta es una pregunta que no necesita respuesta si creciste con un teléfono en la mano”.
Según Turkle, muchos nativos digitales están tan cómodos en Internet que se imaginan que hay reglas sobre lo que puede y no puede suceder con el contenido que comparten. “Si sientes que Internet es seguro, quieres compartirlo todo porque te hará sentir más cercano y es una herramienta nueva”, señala. “La gente ha hecho un contrato en sus mentes con los espacios en línea que utilizan”.
Las mujeres a veces circulan desnudos masculinos, pero los estudios muestran que la gran mayoría de las imágenes no consentidas son fotos de mujeres diseminadas por hombres. Cuando son acusados, algunos hombres dicen que fueron hackeados y las fotos deben proceder de otra fuente. Otros admiten que publicaron las fotos por rabia, arremetiendo contra la percepción de un desaire por parte de su pareja. Un tatuador de Luisiana declaró a la policía que publicó un video sexual de su ex en un sitio pornográfico como retribución después de que ella dañó su auto. Según se reportó, un hombre de Minnesota admitió haber publicado imágenes explícitas de su ex esposa en Facebook porque estaba celoso de su nuevo novio.
La difusión de las imágenes puede ser tanto para impresionar a otros hombres como para humillar a la víctima. Los chicos antes presentaban ropa interior robada como un trofeo de sus conquistas; ahora, un selfie con un desnudo puede representar lo mismo. Como resultado, las escuelas de todo el país han batallado con lo que a menudo se conoce como sexting rings (grupos que comparten sextings). En el 2014, más de 100 adolescentes de un condado rural de Virginia fueron investigados por circular más de 1,000 fotos de muchachas desnudas, en su mayoría menores de edad, en Instagram. Un fiscal del distrito de Colorado decidió en el 2015 no presentar cargos contra adolescentes que estaban circulando fotos de escolares de una escuela media y secundaria. Incidentes similares han surgido recientemente en las escuelas de Ohio, Nueva York y Connecticut. La práctica ha llegado a ser tan común que la Academia Americana de Pediatría ha desarrollado una guía para que los padres hablen con sus hijos sobre sexting.
“Mucho de lo que está ocurriendo no es intencional”, dice Erica Johnstone, una abogada de San Francisco especializada en privacidad sexual. “Es sólo parte de la cultura hipermasculinizada: las imágenes sexuales se convierten en algo cotidiano”.
¿Por qué es tan difícil detener la difusión?
Un día ordinario del 2011, Holly Jacobs decidió buscarse en Google. Cuando una página pornográfica apareció en sus resultados de búsqueda, entró en lo que ahora describe como “un completo estado de shock”.
“Podía sentir la sangre bajando de mi cabeza”, relata. “Estaba poniéndome pálida mientras la página se cargaba”. Pronto descubriría que sus fotos habían sido publicadas en casi 200 sitios pornográficos. Un collage de imágenes desnuda había sido enviado a su jefe y a sus compañeros de trabajo. Fotos explícitas de ella se las compartieron a su padre en Facebook. Cuenta que casi pierde su trabajo en un college de Florida después de que alguien en línea la acusara de masturbarse allí con los estudiantes, y finalmente dejó de trabajar como consultora de estadística porque “cada vez que me reunía con un cliente me preguntaba a mí misma si me habría visto desnuda”.
“Nunca pensé que este tipo de violación le estaba sucediendo a la gente común”, dice Jacobs, quien originalmente envió las fotos a alguien que conocía y en quien confiaba. “No me di cuenta de que había un mercado de fotos con desnudos de personas que nadie conoce”.
Jacobs cuenta que le diagnosticaron depresión y trastorno de estrés postraumático, y tenía miedo de conocer gente nueva por temor a que encontraran las fotos. “Era una pesadilla viviente”, dice. “Continué siendo rechazada por la policía, los fiscales, el FBI, porque seguían diciendo que no había nada que pudieran hacer”.
Ahora, con poco más de 30 años, Jacobs ha terminado por cambiar legalmente su nombre para escapar de su historial en Internet. Pero también ha decidido luchar. Comenzó la Iniciativa Cibernética de Derechos Civiles (CCRI, por sus siglas en inglés), una organización sin fines de lucro dedicada a ayudar a las víctimas de pornografía no consentida a recuperar sus identidades. Desde que lanzaron la línea de ayuda en el 2014, más de 5,000 víctimas han llamado a CCRI, cuenta Jacobs, agregando que el grupo ahora recibe entre 150 y 200 llamadas al mes.
“Soy una buena persona y no hice nada malo”, señala. “No hay nada de malo en compartir imágenes desnuda con alguien en quien confío, así que hay que hacer algo al respecto”.
Muchas víctimas piensan que el momento en el que ven sus fotos desnudas en línea es la peor parte de su calvario. Luego empiezan a tener conversaciones incómodas con sus jefes, a sortear preguntas de sus familiares acerca de las publicaciones obscenas de las redes sociales y a recibir miradas extrañas de sus compañeros de trabajo. Se vuelve imposible saber quién ha visto tus fotos, y qué piensan de ti si ya las han visto. Y cuando las víctimas comienzan a tratar de sacar las fotos, se dan cuenta de algo aún peor: este tipo de delito cibernético puede dejar una mancha digital duradera, una que es casi imposible borrar por completo.
“Una vez que las imágenes y videos han sido expuestos o publicados en Internet, es de forma permanente”, dice Reg Harnish, CEO de la firma de evaluación de riesgos cibernéticos GreyCastle Security, quien trabajó con Kara Jefts para eliminar con éxito la mayoría de sus fotos. Pero incluso si se consigue borrar una imagen de un sitio web, no hay forma de garantizar que no se haya copiado, guardado en pantalla o almacenado como caché en alguna parte. “Hay literalmente cientos de factores en contra de una persona que lucha por eliminar un contenido específico de Internet”, señala. “Es casi imposible”.
Cuando las víctimas buscan ayuda de las fuerzas del orden público, rara vez reciben una respuesta efectiva. “Éste es un caso que ponen al final de la fila”, dice Johnstone, que representa a víctimas de pornografía por venganza. “Piensan que la víctima lo solicita porque ella misma creó el contenido que la ha llevado a esa situación, y que por esto no merecen tanto las horas de la policía como alguien que ha sido víctima de un asalto físico”.
Jefts cuenta que presentó seis informes policiales en tres diferentes condados de Nueva York (donde vivía en ese momento) y consiguió varias órdenes de restricción contra su ex, pero los recursos legales fueron inútiles. Los agentes policiales a menudo no sabían cómo manejar los crímenes digitales, e incluso si bien se compadecían de su situación, decían que no podían hacer nada porque su ex ya no vivía en el mismo estado o inclusive en el mismo país. Las órdenes de restricción tenían “cero impacto”, comenta, y el acoso continuó hasta que ella buscó la ayuda de expertos en tecnología, como Harnish, que la ayudaron a sacar sus fotos de la red.
Como resultado de la creciente conciencia y el aumento de la presión de las víctimas y los defensores, desde el 2013 el número de estados con una ley que aborda la pornografía por venganza ha saltado de 3 a 38 en Estados Unidos. Pero los estatutos son inconsistentes y están plagados de puntos ciegos, lo que hace particularmente difícil hacerlos cumplir.
“No hay leyes estatales en los Estados Unidos que encajen perfectamente”, dice Elisa D’Amico, abogado del estado de Miami y co-fundadora del Proyecto Legal Cibernético de Derechos Civiles. “Depende de dónde está tu víctima, dónde está tu perpetrador, dónde estaba alguien cuando vieron las imágenes”.
Una de las mayores inconsistencias entre las leyes estatales es la forma como tratan el motivo. Algunos estados criminalizan la pornografía no consentida sólo si hay “intención de hostigar”, una campaña dirigida a degradar y humillar a la víctima, como ocurre con Jefts. Pero en muchos casos, como en el escándalo de intercambio de fotos entre los Marines, la distribución de imágenes no pretendía acosar, porque se suponía que las víctimas nunca sabrían que sus imágenes habían sido compartidas. Según la encuesta de junio del CCRI sobre 3,000 usuarios de Facebook, el 79% de los que confirmaron haber difundido una imagen sexual explícita de otra persona dijeron que no tenían intención de causar ningún daño.
Para quienes han visto expuestos sus momentos más íntimos en las redes sociales, tal argumento se va por las ramas. “Éstas fueron imágenes que tomé bajo el supuesto de que era una relación consentida y privada”, dice Jefts, quien ha dedicado su carrera al estudio del poder y la difusión de las imágenes. “El contexto en el que se compartieron ha cambiado su significado. Eso supera su intención original”.
Para abordar el desajuste legal, el representante estadounidense Jackie Speier planea reintroducir este proyecto de ley en junio para que la pornografía no consentida sea un crimen federal, sin importar si el sospechoso tiene intención de acosar a la víctima. “La intención del perpetrador es en realidad irrelevante”, señala Speier, un demócrata cuyo distrito incluye San Francisco. “Ya sea que lo haga por imprudencia o por dinero, está destruyendo la vida de otra persona”. Facebook y Twitter han respaldado su proyecto de ley, llamado Ley de Protección de la Privacidad Íntima (IPPA, por sus siglas en inglés), al igual que el multimillonario Trump y Peter Thiel, defensor de la privacidad en Internet. También cuenta con el apoyo bipartidista de siete co-patrocinadores republicanos.
Pero el proyecto de ley de Speier, que se estancó en el comité del año pasado, tiene críticos que se oponen a promulgar nuevas leyes penales que limiten la expresión. La Unión Americana de Libertades Civiles (ACLU, por sus siglas en inglés) objeta la misma porción del proyecto de ley por el que abogan los defensores de las víctimas: la parte que penaliza la pornografía no consentida independientemente de la intención. “La Corte Suprema ha dicho una y otra vez que cuando el gobierno criminaliza la expresión, la intención es un componente crucial”, dice Lee Rowland, un abogado senior del proyecto sobre expresión, privacidad y tecnología de la ACLU. “En este país no metemos a nadie en la cárcel simplemente porque su discurso ofende a otra persona”.
Con la respuesta de la aplicación de la ley en continuo cambio, las empresas de tecnología han comenzado a responder a la creciente presión para ayudar a resolver el problema. Bajo la Ley de Decencia de las Comunicaciones de 1996, las plataformas como Google y Facebook no son responsables por la información que alojan, lo que significa que no pueden ser considerados legalmente responsables por la pornografía no consentida en sus redes. Pero en respuesta a un torrente de solicitudes de los usuarios, varios sitios web importantes han desarrollado nuevas políticas para ayudar a luchar contra la pornografía por venganza. En el 2015, Pornhub anunció que eliminaría la pornografía por venganza de su sitio, y Google anunció que quitaría las imágenes de sus resultados de búsqueda. Twitter y Reddit también han actualizado sus normas para prohibir la pornografía no consentida. En abril, Facebook dio a conocer una herramienta que permite a los usuarios señalar el contenido que piensan que se está compartiendo sin consentimiento; entonces técnicos de la compañía comprueban si ha aparecido en cualquier otro lugar de la red para evitar que se propague más. Sin embargo, este tipo de respuesta de las empresas de tecnología requiere una mano de obra importante, ya que la pornografía no consentida es difícil de identificar. A diferencia de la pornografía infantil, que a menudo se puede detectar a primera vista, una imagen publicada sin consentimiento no necesariamente se ve diferente de otra publicada voluntariamente.
Independientemente de los pasos que den el Congreso o las compañías de tecnología, la pornografía no consentida sigue siendo un problema sin soluciones fáciles. Y mientras los abogados demandan y los legisladores debaten, millones de fotos siguen circulando, multiplicándose, esperando arruinar una vida.
Fuente: Revista TIME
http://time.com/4811561/revenge-porn/