“No hay nada de qué avergonzarse con respecto al sexo” (C.S. Lewis)

Genial explicación del autor de Narnia sobre la moral sexual cristiana…

La castidad es la menos popular de las virtudes cristianas. No hay forma de escapar de ella: la norma cristiana es “o matrimonio, con completa fidelidad a la pareja, o total abstinencia”. Y esto es tan difícil y tan contrario a nuestros instintos que, obviamente, o el cristianismo está mal, o nuestro instinto sexual, tal como es ahora, se ha pervertido. Uno u otro. Por supuesto, siendo cristiano, pienso que es el instinto el que se ha pervertido…

Pero tengo otras razones para pensarlo. La finalidad biológica del sexo son los hijos, tal como la finalidad biológica de comer es reparar el cuerpo. (…)

Todos saben que el apetito sexual, como el resto de nuestros apetitos, crece cuando somos indulgentes con ellos. Las personas que sufren de hambre pueden pensar mucho en la comida, pero también lo hacen los glotones; a los que están hartos, al igual que a los famélicos, les gusta que los exciten.

Se encuentra a muy pocas personas que deseen comer cosas que realmente no son comida y hacer otras cosas con los alimentos en vez de comerlos. En otras palabras, las perversiones del apetito por la comida son raras. Pero las perversiones del instinto sexual son numerosas, difíciles de curar y terribles. Siento tener que entrar en todos estos detalles, pero debo hacerlo. La razón por la que debo hacerlo es que a ustedes y a mí, durante los últimos veinte años, se nos ha hecho tragar todos los días una buena cantidad de mentiras sobre el sexo. Se nos ha dicho, hasta que enferma el solo oírlo, que el deseo sexual tiene el mismo rango que cualesquiera de nuestros otros deseos naturales y que si tan solo abandonáramos la tonta y pasada de moda idea victoriana de que hay que acallarlo, todo en el jardín sería hermoso. No es verdad. Apenas se toman en consideración los hechos, lejos de la propaganda, puede verse que ello no es así.

Nos dicen que el sexo se ha transformado en un lío porque fue acallado. Pero durante los últimos veinte años no lo ha sido. Se ha hablado de él todo el día. Y todavía está hecho un lío. Si el haberlo acallado fuera la causa del problema, el ventilarlo lo habría corregido. Pero no lo ha hecho. Creo que es al contrario. Creo que originalmente la raza humana lo acalló porque se había transformado en un lío tan grande.

La gente moderna siempre está diciendo: “no hay nada de qué avergonzarse con respecto al sexo”. Puede que quieran decir dos cosas. Una es que “no hay nada de qué avergonzarse en el hecho de que la raza humana se reproduce de cierta manera, ni en el hecho de que ello produce placer”. Si significa eso, tienen razón. El cristianismo dice lo mismo. El problema no es la cosa misma, ni el placer. Los antiguos maestros cristianos decían que si el hombre nunca hubiera caído, el placer sexual, en vez de ser menor de lo que es hoy, realmente sería mayor. Sé que algunos cristianos despistados han hablado como si el cristianismo pensara que el sexo, o el cuerpo, o el placer, fueran malos en sí mismos. Pero estaban equivocados. El cristianismo es casi la única de las grandes religiones que aprueban completamente el cuerpo, que creen que la materia es buena, que Dios mismo una vez se encarnó en un cuerpo humano, que se nos va a dar alguna clase de cuerpo incluso en el Cielo y que ese cuerpo va a ser una parte esencial de nuestra felicidad, nuestra belleza y nuestra energía. El cristianismo ha glorificado el matrimonio más que ninguna otra religión; y casi toda la poesía amorosa más importante del mundo ha sido producida por cristianos. Si cualquiera dice que el sexo, en sí mismo, es malo, el cristianismo inmediatamente lo contradice.

Pero, por supuesto, cuando la gente dice que “no hay nada de qué avergonzarse con respecto al sexo” pueden querer decir “el estado en que hoy se encuentra el instinto sexual no es para avergonzarse en absoluto”. Si el significado es ése, creo que están equivocados. Pienso que tiene todo de qué avergonzarse. No hay nada de qué avergonzarse por gozar de la comida; habría todo de qué avergonzarse si la mitad del mundo hiciera de la comida el principal interés de sus vidas y se pasara el tiempo mirando imágenes de comida y babeando y chasqueando los labios. No digo que ustedes o yo seamos individualmente responsables por la situación actual. Nuestros antepasados nos han legado organismos que están desviados en este aspecto, y crecemos rodeados de propaganda que nos incita a no ser castos. Hay gente que desea mantener inflamado nuestro instinto sexual para hacer dinero a costa nuestra. Porque, por cierto, una persona con una obsesión es alguien con muy poca resistencia a las ventas. Dios conoce nuestra situación; El no nos juzgará como si no tuviéramos dificultades que vencer. Lo que importa es la sinceridad y perseverancia de nuestra voluntad de vencerlas.

Antes de que podamos ser sanados debemos desear sanarnos.  Aquellos que realmente quieren ayuda la obtendrán; pero para mucha gente moderna, incluso el deseo es difícil. Es fácil pensar que queremos algo cuando en verdad no lo queremos. Hace mucho tiempo un famoso cristiano nos dijo que cuando él era joven oraba constantemente pidiendo castidad, pero años después se dio cuenta de que mientras sus labios decían “oh, Señor, hazme casto”, su corazón secretamente agregaba “pero, por favor, no lo hagas ahora”. Esto también puede suceder en las oraciones por otras virtudes, pero hay tres razones por las cuales ahora nos es especialmente difícil desear -menos aún lograr- una completa castidad.

En primer lugar, nuestras naturalezas desviadas, los demonios que nos tientan y toda la propaganda contemporánea dirigida a la lujuria, se combinan para

hacernos sentir que los deseos a los cuales estamos resistiendo son tan “naturales”, tan “saludables” y tan razonables, que es casi perverso y anormal resistirlos. Cartel tras cartel, película tras película, novela tras novela, asocian la idea de permisividad sexual con las ideas de salud, normalidad, juventud, franqueza y buen humor. Y esta asociación es una mentira.

Como todas las mentiras poderosas, se basa en una verdad: la verdad, mencionada antes, de que el sexo en sí mismo (aparte de los excesos y obsesiones que se han desarrollado en torno a él) es “normal” y “saludable”, y todo lo demás. La mentira consiste en la sugerencia de que cualquier acto sexual que te tienta en un momento dado es también saludable y normal. Esto, desde todo punto de vista, y totalmente aparte del cristianismo, tiene que ser una estupidez. Rendirse a todos nuestros deseos obviamente lleva a la impotencia, enfermedad, celos, mentiras, ocultamientos y todo aquello que es lo contrario de la salud, buen humor y franqueza. Cualquier felicidad, incluso en este mundo, requerirá una gran cantidad de restricción, así que el reclamo que hace todo deseo, cuando es fuerte, de que es saludable y razonable, no cuenta para nada. Toda persona sana y civilizada debe tener un conjunto de principios por los cuales elige rechazar algunos de sus deseos y permitir otros. Una lo hace sobre la base de principios cristianos, otra por principios higiénicos, otra por principios sociológicos. El verdadero conflicto no es entre el cristianismo y la “naturaleza”, sino entre los principios cristianos y otros principios en el control de la “naturaleza”. Porque la “naturaleza” (en el sentido del deseo natural) tendrá que ser controlada de todas maneras, a no ser que vayamos a arruinar toda nuestra vida.

Los principios cristianos son, reconocidamente, más estrictos que otros; pero pensamos que obtendremos ayuda para obedecerlos, una ayuda con la cual no contaremos para obedecer los otros.

En segundo lugar, algunas personas se ven frenadas de intentar en serio la castidad cristiana porque piensan (antes de tratar) que es imposible. Pero cuando se trata de intentar algo, nunca hay que pensar acerca de posibilidades o imposibilidades. Si nos confrontamos con una pregunta optativa en un examen, calculamos si podemos hacerla o no; confrontados con una pregunta obligatoria, tenemos que hacer lo mejor que podamos. Podemos obtener algunos puntos por una respuesta muy imperfecta; ciertamente no obtendremos ninguno si dejamos la respuesta en blanco. No sólo en los exámenes sino en la guerra, cuando se suben montañas, al aprender a patinar o nadar o andar en bicicleta, incluso al abrocharse un cuello con los dedos helados, la gente a menudo hace lo que parecía imposible antes de hacerlo. Es maravilloso lo que puede hacerse cuando es necesario.

Podemos en verdad estar seguros de que la perfecta castidad -como la perfecta caridad- no puede lograrse a través de esfuerzos meramente humanos.

Se debe pedir la ayuda de Dios. Incluso cuando ello se haya hecho, puede parecemos durante mucho tiempo que no se nos ha dado ninguna ayuda, o se nos ha dado menos de la que necesitamos. No importa. Tras cada falla, hay que pedir perdón, ponerse nuevamente de pie y tratar otra vez. Muy a menudo, aquello hacia lo cual Dios nos ayuda primero no es la virtud misma, sino este poder de tratar siempre de nuevo. Porque más allá de lo importante que la castidad (o la valentía, o la verdad, o cualquier otra virtud) pueda ser, este proceso nos entrena en hábitos del alma que son más importantes todavía. Cura nuestras ilusiones acerca de nosotros mismos y nos enseña a depender de Dios. Aprendemos, por una parte, que no podemos confiar en nosotros ni aun en nuestros mejores momentos; y, por otra, que no debemos desesperamos ni aun en los peores, porque se nos perdonan nuestras fallas. La única cosa fatal es contentarse con algo menos que la perfección.

En tercer lugar, la gente a menudo entiende mal lo que la psicología enseña acerca de las “represiones”. Nos enseña que el sexo “reprimido” es peligroso. Pero “reprimido” es aquí un término técnico: no significa “suprimido” en el sentido de “negado” o “resistido”. Un deseo o un pensamiento reprimido es uno que ha sido arrojado al subconsciente (generalmente a muy temprana edad) y ahora puede hacerse presente en la mente sólo en una forma disfrazada e irreconocible. Para el paciente, la sexualidad reprimida no parece ser para nada sexualidad. Cuando un adolescente o un adulto está ocupado en resistir un deseo consciente, no está tratando con una represión ni está en el menor peligro de crear una represión. Al contrario, aquellos que seriamente están intentando ser castos están más conscientes, y pronto saben bastante más acerca de su propia sexualidad, que ningún otro. Llegan a conocer sus deseos como Wellington conocía a Napoleón, o como Sherlock Holmes conocía a Moriarty; como un cazador de ratas conoce a las ratas o un plomero sabe de cañerías rotas. La virtud -incluso la virtud intentada- trae luz; la permisividad trae niebla.

Finalmente, aunque he tenido que referirme con cierta extensión al sexo, quiero dejar lo más claro posible que el centro de la moral cristiana no está aquí. Si alguien piensa que los cristianos miran la falta de castidad como el vicio supremo, está completamente equivocado. Los pecados de la carne son malos, pero son los menos malos de todos los pecados. Todos los peores placeres son puramente espirituales: el placer de hacer parecer culpables a otras personas, de mandonear y tratar con aire condescendiente y ser un aguafiestas, de calumniar; los placeres del poder, del odio. Porque hay dos cosas dentro de mí compitiendo con el ser humano en que debo intentar transformarme. Son el ser animal, y el ser diabólico. El ser diabólico es el peor de los dos. Es por ello que el santurrón frío y presuntuoso que va regularmente a la iglesia puede estar mucho más cerca del infierno que una prostituta. Pero, por supuesto, es mejor no ser ninguno de los dos.

C. S. Lewis, Mero Cristianismo, 1943.

 

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