Tenía 13 años cuando mi familia se mudó lejos de todos mis amigos. Era una cultura nueva y extraña en la que estaba viviendo, y tenía cero amigos. Lloraba hasta quedarme dormido todas las noches, deslizándome rápidamente hacia la depresión. Todo esto antes de saber que deberíamos tener una relación con Dios, y constantemente cuestionaba lo que Él estaba haciendo y si existía en realidad. Durante ese año, comencé a chatear en la computadora con gente al azar, ya que no tenía amigos reales. El chateo evolucionó en horas de conversaciones sexuales, viendo fotos pornográficas que me enviaban por chat, y muchas mentiras. No podía soportar un solo día sin eso.
Mi mente estaba constantemente destrozada por fantasías sexuales y pensamientos pervertidos.
Mi familia se mudó de vuelta a casa y decidí eliminar cualquier tipo de aplicación online en mi iPod. Desde ese entonces no he retrocedido, y he me he sentido cada vez más asqueado por la pornografía. Lo que realmente pasó fue que conocí realmente a Cristo y lo convertí en mi mejor amigo. Él transformó mi vida. Reconozco ahora que el cuerpo humano es hermoso, y que Dios creó el sexo para glorificarlo.
Cuando escuchas la palabra “pornografía”, es posible que pienses que es un problema de los hombres, ¿no? Siempre escuchamos historias sobre hombres que son adictos a la pornografía y cómo eso arruina sus matrimonios, como en la película Fireproof (“Prueba de fuego”); o sobre chicos adolescentes que son absorbidos por ese mundo seductor. Pero, ¿qué pasa con las mujeres? Nadie habla sobre la participación femenina en la epidemia de la pornografía, salvo aquellas pobres mujeres que muestran sus cuerpos exhibiéndolos. La adicción a la pornografía no es solo frecuente entre los hombres, sino también en las mujeres.
En primer lugar, tenemos que reconocer que las imágenes pornográficas están en todos lados. En películas, anuncios publicitarios, programas de televisión, y revistas. Pero la pornografía no solo se limita a las imágenes. Nuestra sociedad se ha vuelto insensible a la belleza de la sexualidad humana y ha distorsionado el sexo en algo que está destinado solo para el placer egoísta.
Debido a esta distorsión, las cosas como el cibersexo, el sexting, las fantasías sexuales y novelas eróticas no siempre son vistas como pornografía. Pero todos ellos tuercen el propósito de la sexualidad humana y usan a las personas como objetos, clasificándolas como pornografía.
Por lo general, las mujeres valoran la comunicación y palabras, mientras que los hombres tienden a valorar lo visual y los atributos físicos. Es por eso que a la mujer le va a gustar más un hombre mientras más llega a conocer su personalidad, y un hombre inicialmente es atraído por una mujer porque piensa que es hermosa. De la misma manera, la pornografía para mujeres tiende a involucrar palabras en lugar de imágenes, aunque algunas mujeres también son adictas a las imágenes. La conclusión es que el porno no es solo una epidemia entre los hombres.
Esto es triste porque las personas adictas a la pornografía pierden la habilidad de ver la verdadera belleza de cada persona humana. Personalmente experimenté esta pérdida de respeto, yo solo miraba a las personas como objetos. Pero cada persona es creada perfectamente a imagen de Dios, y es un verdadero regalo ser capaz de ver a cada persona de esa manera. Mediante el uso de la pornografía, la dignidad de la persona humana –como creación perfecta de Dios– está siendo vulnerada.
San Juan Pablo II dijo que no hay dignidad cuando la dimensión humana es eliminada de la persona. En resumen, el problema de la pornografía no es que muestra mucho de la persona, sino que muestra muy poco. La pornografía degrada a una persona, y no deja ver su verdadero valor. Debemos esforzarnos por encontrar la belleza en cada persona, en lugar de tratarlos como objetos. El porno puede parecer divertido, pero destruye el valor de las personas.
Jason Evert
Traducción de Fabiola Espinoza
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