A los 13 años, por la influencia de unas amigas, empecé a salir muy seguido los fines de semana. Mis padres me daban permiso cada vez que yo quería salir, confiaban mucho en mí, y yo me aproveché de esto. Comencé a consumir alcohol, iba a fiestas los fines de semana y hasta mi forma de vestir fue cambiando: era muy llamativa, provocadora.
Me gustaba mucho que los chicos me miren, me hacía sentir importante el hecho de que se me acerquen y, como era de esperarse, me descontrolaba y llegaba a besarme con quien yo bailara.
Durante esta etapa de mi vida yo pensaba que era normal el solo besar a un muchacho y no mantener una relación formal con él. Mis amigas me decían que no tenía nada de malo, ¡que todo el mundo lo hacía! Sin lugar a duda mi autoestima estaba por los suelos y yo sentía que no tenía el apoyo de mis padres. Y, por otro lado, mis amigos me hacían creer que como todos lo hacían no había nada de malo. Sentía alegría, pero obviamente efímera. Frecuentaba las llamadas “discotecas”, y en esos lugares alejados de Dios en donde yo me encontraba conocí a mi primer amor.
Con aquel joven fui más allá de un simple beso; mantuvimos una relación de pareja. Al principio en la relación todo era color de rosa. Ambos creíamos estar realmente enamorados. Así pasó el tiempo y era momento de conocer a su familia. Él también conoció a la mía, lo cual le daba una “supuesta” formalidad a la relación. Yo frecuentaba ir a su casa y él a la mía, por la confianza que nos brindaron nuestros padres. Y al quedarnos a solas, ya se imaginarán, las caricias iban en aumento. Así poco a poco llegué a perder mi virginidad a los 15 años con él. Y es entonces que, como ambos creíamos estar realmente enamorados, nos juramos amor eterno, incluso el llegar a formar una familia.
Yo estaba convencida de que nos casaríamos (sólo por el hecho de haberme entregado a él), pero mi ilusión se vino abajo cuando, al cabo de pocos meses, terminó la relación.
Yo no entendía, estaba completamente cegada por el “supuesto” amor que sentía por él y lo único que hacía era buscar maneras para regresar con él. Lo llamaba, le insistía que habláramos, hasta el punto de que me humillaba a su antojo y, para regresar con él, tenía que mantener relaciones sexuales constantes. Yo tontamente accedí porque para mí estaba bien si nos amábamos. Estábamos tranquilos, cuando de repente tuve un retraso y me hice una prueba de embarazo. Felizmente salió negativa. Pero seguir con esto era para mí riesgoso, así que como el hijo pródigo retorné a Dios, me confesé y lo único que sentía con cada palabra era culpa. Aunque había conseguido el perdón de Dios, no lograba perdonarme a mí misma, y regresó mi oscuro pasado: volví a consumir alcohol, inclusive empecé a fumar y besaba a otros chicos por puro placer o rencor hacia mi ex-enamorado.
Y fue en ese alboroto de búsqueda de felicidad espontánea que encontré un chico que, al igual que yo, había terminado una relación de años. Ambos nos sentíamos vacíos y decidimos establecer una relación, pero no era exactamente una formal, más bien éramos “amigos con derechos”. Con el alcohol adherido en ambos y vulnerables llegamos a tener relaciones sexuales. Esta farsa duró muy poco, porque tan sólo fue puro placer. Me quedé nuevamente sola, me sentía muy vacía, con una autoestima cada vez más baja con el trascurrir del tiempo. Mi relación con mis padres se iba deteriorando cada vez más. Me alejé de ellos, no les tenía confianza como para contarles todo lo que me estaba pasando. Fue en ese tiempo en el que le conté a mi mejor amiga la barbaridad de mis actos, entré en crisis y estuve al borde del suicidio. Me sentía sucia, impura, sin ganas de vivir, completamente vacía, llena de resentimiento hacia dos personas que se habían llevado casi todo de mí.
Es así que, de la nada, una amiga mía me hizo conocer sobre La Opción V y comenzó toda una aventura al explorar los testimonios que existen, los videos en YouTube, las imágenes con frases tan llamativas en Facebook. Al tener a mi alcance tan maravillosa página, me di cuenta de que, si tú lo decides, puedes empezar una nueva vida, una segunda oportunidad, un amor verdadero que sólo se consigue con la castidad, sin importar el pasado que hayas tenido. Aprendí a valorarme a mí misma, y a vivir mi soltería de la mejor manera, lo cual me hace sentir feliz y digna.
Anónimo.
Testimonio escrito para La Opción V
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