¿Es el sexo una necesidad para el hombre?

Parece una “verdad absoluta”, un dogma de nuestra sociedad moderna, que el sexo para el hombre “es una necesidad” y que, por lo tanto, debe ser satisfecha a costa de la mujer. Lamentablemente muchas mujeres “se la creen” y actúan bajo este supuesto, entregándose pronto a sus enamorados porque las presionan diciéndoles: “no creo que pueda esperarte hasta el matrimonio”, o “aunque te respeto, no estoy de acuerdo con tu idea de esperar”.

Decía san Agustín, desde su propia experiencia —bien sabemos que antes de su conversión él vivía una vida sexualmente activa sin estar casado—, decía que «el deseo carnal consentido se vuelve hábito; el hábito no combatido se vuelve necesidad».

Si hoy en día se cree y proclama que “el sexo es una necesidad”, no es porque lo sea verdaderamente —nadie se muere por no tener sexo—, sino porque el deseo carnal se estimula, se consiente y alimenta continuamente, sin límites ni restricción. Ya ni los niños se salvan, pues además de toda la publicidad, películas y pornografía que pueden encontrar en internet, se viene impulsando e imponiendo en muchos colegios una “educación sexual inclusiva” que les enseña a explorar y experimentar “sin tabúes” y “sin sentimientos de culpa” todo tipo de placeres eróticos.

C.S. Lewis, siempre tan genial y sensato, decía al respecto:

«Todos saben que el apetito sexual, como el resto de nuestros apetitos, crece cuando somos indulgentes con él. Las personas que pasan hambre pueden pensar mucho en la comida, pero también lo hacen los glotones; a los que están hartos, al igual que a los famélicos, les gusta que los exciten».

Es así como todos aquellos que andan todo el día siendo excitados y excitándose sexualmente, sin ofrecer resistencia alguna, terminan creyendo que el sexo es una necesidad. Quizá nadie les dijo que podían dominarse y dominar sus impulsos, simplemente creyeron que lo normal era dejarse llevar por sus deseos sexuales, disfrutar y aprovechar toda ocasión para experimentar un placer, muchas veces a costa de otra persona.

Quien aprende a dominarse a sí mismo, quien domina sus propias energías sexuales en vez de ser dominado por ellas, sabe bien que el sexo no es una necesidad, y que las energías sexuales pueden y deben dominarse, a menos que uno quiera arruinar su propia vida y la de muchas otras personas que sufrirán las consecuencias de su falta de dominio personal.

Pongamos un ejemplo. Hace muchos siglos a alguien se le ocurrió que podría domar un caballo salvaje, que podría someter y dominar toda su energía para ponerla a su servicio. Los cobardes,  los que no se atreven, habrían afirmado rotundamente que a un potro salvaje no se le puede dominar. Pero si hay hombres capaces de dominarse a sí mismos, ¿por qué dicen tantos que uno no puede dominarse, que el sexo “es una necesidad”, que es cosa de “hormonas”, y que poner las fuerzas o deseos sexuales bajo el dominio de la voluntad e inteligencia incluso “hace daño”? No es porque no puedan, sino que no quieren, porque nunca se han entrenado para ello, o para justificar toda clase de excesos sexuales. Para ellos «el deseo carnal consentido se volvió hábito; el hábito no combatido se volvió necesidad», de modo que dejaron de ser dueños de sí mismos para volverse esclavos de sus impulsos.

A ustedes, jóvenes varones, les digo: ¡Aprendan a dominarse a sí mismos, sus energías, sus fuerzas sexuales, para llegar a ser hombres de verdad! Las mujeres necesitan de hombres que las cuiden y protejan, no sólo de un peligro externo, sino también del propio egoísmo que hay en nuestros corazones. ¡Cuántas veces ese egoísmo lleva a deshacer el amor al “hacer el amor”!

A ustedes, jóvenes mujeres, les digo: nunca cedan ante la presión de un enamorado o novio que les diga: “no puedo dominarme, es una necesidad para mí, no puedo esperarte”. Tengan la certeza de que quien no es capaz de dominarse en ese momento argumentando que “no puede”, tendrá las mismas razones para serles infiel en el matrimonio. Tengan la certeza, además, de que no las ama quien no puede sacrificarse a sí mismo por ti y quiere más bien que tú te sacrifiques a “sus necesidades”.

A todos les digo: aprendan a dominar sus impulsos sexuales, entrénense, no permitan que sus deseos sexuales se conviertan en hábitos, no dejen de luchar para erradicar los hábitos que ya pueden haber generado… ¡sí se puede! Con inteligencia, con decisión, con perseverancia, con mucha oración, ganarán un verdadero dominio sobre sí mismos, necesario para amar y ser amados de verdad.

P. Jürgen Daum, Director de La Opción V

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