“¡Tienes que leer este libro!”, fue el primer comentario, incluso antes de saludarme, de una amiga con la que había quedado en tomar un café. Llegué, me senté y pregunté de qué se trataba, y solo me dijo ¡CÓMPRALO! Ella lo estaba leyendo en inglés, ya que todavía no había salido la versión en español, y leí en la carátula “Fifty shades of Grey”. Lo guardó en su cartera y cambiamos de tema, pero tal fue su entusiasmo por el libro que manejando camino a mi casa pensé: ¿que tendrá de bueno? Esa misma noche estaba comprando la versión digital de la trilogía.
Una joven virgen e ingenua es deslumbrada por un hombre de 27 años, poderoso, millonario y guapo. La verdad el libro me atrapó y decidí leerlo. Sin embargo, desde un inicio, noté algo que no me gustó en esa novela de la que todas mis amigas hablaban.
¿Erotismo?, ¿Pornografía? O mejor dicho, ¿un extremo de sumisión en el cual una mujer es usada por la persona que supuestamente la ama?
Para serles sincera, terminé de leer el primer tomo y, cuando iba a comenzar el segundo, dije: ¡no más!
Siempre tuve la idea que el “príncipe azul” era aquel hombre valiente, fuerte, que te cuida y te protege, que te respeta y te ama tal y como eres, que solo busca tu bien y el hacerte sentir como toda una princesa, ¡un hombre de verdad! Sin embargo, en este libro, lo pintaban como alguien egoísta, poderoso, con muchos traumas que arrastraba desde su niñez y por eso era totalmente reacio a recibir cariño.
Christian Grey solo buscaba satisfacerse de una manera masoquista y salvaje, haciendo llegar a Anastasia (la protagonista) al nivel máximo de sumisión y sometimiento. Eso provocaba en ella un gran sentimiento de culpa, de sentirse utilizada por el hombre que ella “amaba”.
¿Cuántas veces somos deslumbradas por cosas banales, nos dejamos “someter” por nuestros enamorados y simplemente no queremos darnos cuenta de que estamos haciendo muchas cosas únicamente para que ellos se sientan felices? Por hacerlos sentir bien, por temor a quedarnos solas, muchas veces renunciamos a lo que realmente queremos y, a pesar de eso, continuamos en una relación tormentosa, que nos obliga a no ser nosotras mismas, permitiendo inclusive que nos humillen con tal de “mantener la fiesta en paz”.
¿Anastasia es un ejemplo? Pues sí. Es el ejemplo de lo que NO debemos hacer y NO debemos permitir. Debemos amarnos a nosotras mismas para poder amar de verdad a otros. Debemos cuidar nuestro cuerpo, amar nuestra dignidad y protegerla.
Si sientes que estás atravesando por una relación tormentosa, o simplemente no te sientes feliz con las cosas que estás haciendo porque sabes que no está bien, ¡corta con eso ya! Es difícil, pero no es imposible. ¡Tú vales mucho! Tal vez a veces sentimos que es mejor seguir con una vida superficial, llena de egoísmo, por miedo a lo que vendrá, nos limitamos, dejando que nuestros estándares bajen porque no nos creemos capaces de controlarnos. Sin embargo, a veces es necesario pasar por eso, aveces es necesario caer y levantarnos nuevamente para poder ser libres y alcanzar la felicidad plena por la cual Dios nos puso en este mundo. Somos sus hijas amadas, y Él espera que amemos a los demás pero que también nos amemos a nosotras mismas como Él nos amó.
F. L., 29 años.
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