Quiero compartirte un mensaje: ¡Estás hecho para habitar entre las estrellas! Así es, tu corazón anhela un amor trascendente, infinito, que verdaderamente lo colme. Si en el silencio de la noche lo escucharas podrás apreciar que no palpita, sino que tirita como esas pequeñas luces azules.
No es una metáfora lo que te estoy contando, es algo real. Nuestro mundo se encuentra eclipsado por el sexo pero suplica por un Amor infinito. ¿Qué hacemos revolcándonos en el barro cuando podemos aspirar el polvo cósmico de lo eterno?
Tal vez estamos confundidos, nuestros ojos orbitan en constelaciones difusas, pensamos que en los amores efímeros, en los besos fugaces, en el sexo etéreo, en la típica frase: Just do it, se encuentran las alas para volar al cielo, pero no, no satisfacen, nunca es suficiente. Al final de ese placer ligero solo quedan resabios de tristeza, cenizas de un amor minúsculo reducido a la pura química.
¿De dónde nace ese sentimiento de congoja? De los deseos insatisfechos. Podemos mirar nuestro corazón y reconocer que detrás de ese desorden sexual, en el meollo de esa escoria gris, se encuentra el deseo de volar a las estrellas. Es una señal que te enseña: ¡fuiste creado para algo grande! Basta con levantar la mirada. Hay una parte de tu corazón que no puede llenarse con los placeres livianos. ¿Lo recuerdas? Fuimos creados del “polvo de la tierra y de un aliento de vida”. La palara aliento en hebreo es “ruaj” que significa espíritu, es decir, ¡somos cuerpo y alma!, diseñados para vivir eternamente, nuestro deseo de trascendencia es manifiesto.
No quiero que después de leer estas líneas adoptes una postura maniqueista y pienses en rechazar los placeres del mundo o en reprimir tus sentimientos. Ni tampoco quiero que sigas empobreciendo tu corazón rindiendo culto a placeres estériles. El placer es algo bueno, pero para poder degustar ese sabor sublime es necesario que orientes al cielo la brújula de tu corazón.
Te cuento un secreto, cuando estaba de novio, la forma más fácil de robarle sonrisas era hacerla soñar con un proyecto en común, preguntarle cómo sería nuestra familia, adónde le gustaría ir de luna de miel, cuántos hijos le gustaría tener, cosas sencillas (pero profundas) que acompañadas por gestos de ternura sanas (mimos, caricias, besos en la mejilla) iban fortaleciendo nuestra relación. Indudablemente, lo más importante era que no caminábamos solos, sino que éramos tres: nosotros y el Amor Infinito. Nuestra relación tenía aires de eternidad, sobrevolábamos por los cielos, era lindo. Cuando comenzamos a caminar solos, todo comenzó a flaquear, los mimos dejaron de tener ese sentido de trascendencia, las sonrisas se habían convertido en muecas. Cenizas.
En aquel entonces hubiese sido positivo haber leído a Christopher West: “Talvez Dios nos dio el deseo sexual, se podría decir, para que sea el combustible de un cohete que nos lleve hacía las estrellas, hacía la felicidad eterna con Él. Pero, ¿qué sucedería si los motores del cohete se invirtieran y apuntaran hacía nosotros? Bienvenidos a las secuelas de la revolución sexual. Una cultura que adora el sexo es una cultura que ha perdido la vista al cielo”.
Con esto quiero compartirte algo: ¡estás hecho para un amor verdadero! La única forma de colmar tu corazón es orientando sus deseos al universo de las estrellas. ¡Hay un Amor Infinito que te espera! Recuerda: El amor es paciente, es bondadoso…
Erman Tejeda, Colaborador de La Opción V