¡En cuántas ocasiones nos hemos quedado calladas por miedo, por vergüenza, por temor a lo que pueda pasar! Nos han hecho daño o se han aprovechado de nosotras, y, en vez de pedir ayuda o defendernos, “lo hemos dejado pasar”. Hoy, al haber hecho La Opción por Vivir la Castidad, tengo la certeza de que vale la pena defender la verdad y la virtud, ¡así sea lo último que haga!
Luego de la semana de vacaciones me reencontré con mis amigos del colegio y escuché miles de anécdotas que habían pasado en el viaje de promoción, al cual yo no pude ir.
Definitivamente, pasaron momentos inolvidables, en los que compartieron y disfrutaron demasiado. Sin embargo, muchos, al estar en un ambiente liberal, en donde podían hacer “lo que querían” sin ningún límite ni restricción, tomaron alcohol hasta desvanecerse, se besaron entre ellos, hicieron el ridículo frente a los demás, se expusieron totalmente, pues “se dejaron llevar por el momento” y olvidaron que toda esa emoción los podía hacer sentir bien en un momento, pero que, después, los iba a dejar más vacíos de lo que ya estaban.
Algunos no se acordaban de lo que habían hecho; muchos no sabían por qué se habían comportado así; otros habían perdido la vergüenza, pues se reían de todo; otro grupo prefería olvidar. Esto solo me dejó más claro cómo las personas, el lugar y las circunstancias, influyen mucho en los demás; cómo, al estar rodeado de tantas seducciones, no somos capaces de decirles que “NO”. ¿Cómo es que algunos piensan que no es posible divertirse sin “atreverse a romper límites”? Tristemente, no me sorprendió oír todo eso, pues antes de irse al viaje de promoción, decían constantemente: “¡será la perdición!”; y lo peor es que tuvieron razón, pues se olvidaron de quienes eran, de sus principios y valores. Sin embargo, fue imposible no dejar de asombrarme al oír decir que uno de los profesores —el que supuestamente había ido para cuidar de los chicos— también había tomado y que, además, había besado a una chica de otra promoción. Primero pensé que sería tan solo un chisme, una invención de alguien; pero cada vez eran más las personas que lo comentaban y que estaban decepcionadas. Pero, a pesar de que todos hablaban de eso, no se atrevían a acudir a una autoridad del colegio para denunciarlo. Simplemente lo estaban dejando pasar.
Al conversar con una de mis amigas, le comenté que yo ya no podía ver de la misma manera a mi profesor, que se me hacía difícil mirarlo con los mismos ojos de antes. Ella me dijo que se sentía igual y me preguntó si estaba enterada de lo que él le había hecho. Su pregunta me tomó por sorpresa, pues no tenía ni idea de lo que estaba hablando. “No”, le dije, y me contó que, cuando estaba yendo a la piscina con otras dos chicas, se cruzaron con él y les propuso ir a la playa. Para eso, él estaba algo “picado”. Ellas le dijeron que no, pero él insistió diciéndoles: “¡no sean aburridas!” Al sentirse presionadas, aceptaron. Una vez allí, ella se metió con él al mar, mientras que las otras dos se quedaron en la orilla. Mi profesor tomó su mano y la llevo más al fondo, donde ya no había piso. Ella sabía nadar, pero, a pesar de eso, él quiso “ayudarla” y buscaba “cargarla” cogiéndole las nalgas. Como el mar venía, ella se resbalaba, lo que hacía que él la volviese a “cargar”, tocándole ya no solo las nalgas, sino todo el cuerpo. Ella, en vez de reaccionar y defenderse, se quedó totalmente fría y se acobardó. A pesar de sentirse tan incómoda y asustada, se quedó callada, intentando zafarse de sus brazos. En un momento él besó su hombro, diciéndole lo hermosa que era. Eso la espantó aún más, pero se sintió sin salida. Hizo todo lo posible para regresar a la orilla, pero él lo evitaba. En un momento vio llegar a otro profesor y aprovechó para salir. Los días restantes ella hizo todo lo posible para no encontrarse con él. Pidió ayuda a sus amigos para que, por nada del mundo, la dejasen sola.
Al terminar de contarme su historia me quedé desconcertada. ¡No podía creer lo que me estaba diciendo! ¿Cómo era posible que la persona que había ido, supuestamente, a cuidarlas, terminase siendo una amenaza para las chicas? Conversé con ella sobre lo que pensaba y no fue necesario convencerla de que era algo inaceptable, que no se podía dejar pasar. Con tan solo el hecho de pensar en los próximos viajes y saber que era posible que volviese a suceder algo así o, incluso, algo peor, no se podía quedar callada. Sin embargo, ella tenía miedo a lo que podría pasar. Se imaginaba a sus padres haciendo un escándalo en el colegio y que todos se enteren de eso. Además, por su timidez, no se creía capaz de ir donde el director y contárselo detalladamente. Yo no sabía qué hacer, pues pensé que, por no haber ido al viaje, no podía entrometerme tanto. Tan solo le dije que no tuviese miedo, que lo justo y necesario era que ella hablase, que no debía quedarse callada, que le haría un bien a todos, incluyendo a al mismo profesor, pues él tenía que aprender la lección. También le dije que podía ser muy difícil, pero que más difícil sería que se lo guardase solo para sí misma y con su silencio permitiese que siguiese ocurriendo, con ella o con otras chicas. Finalmente le dije que por más que lo quisiéramos y nos diese pena lo que pudiese suceder con él, no podíamos ignorar el daño que había hecho, que tenía mi total apoyo y que no estaba sola.
Ella, a pesar de estar de acuerdo conmigo, seguía insegura, indecisa, pues el miedo que sentía era cada vez más grande. Fue imposible, para mí, dejar de pensar en eso. El ser consciente del daño que mi profesor le había hecho no me dejaba tranquila. Pasé el fin de semana dándole vueltas al asunto y tratando de llegar a una solución, una que fuese la más adecuada.
El hecho de ser parte de una Opción de Virtud, de Valor, de Valentía me fortaleció y no olvidé el gran compromiso que tengo con Dios, conmigo misma y con los demás, pues, al vivir la Castidad y saber lo importante que es el valor de una persona, su dignidad, su pureza, era imposible quedarme sentada esperando a que mi amiga perdiese el temor. No podía, de ninguna manera, ser indiferente ante un caso como ese ni ante ninguna circunstancia que requiera valor.
Después de tener eso claro y de rezar mucho, tomé una decisión. Al día siguiente, fui al colegio y busqué a mi amiga. Le dije que yo estaba dispuesta a dar ese primer paso, a ir donde el director y contarle lo sucedido; pero, siempre y cuando, tuviese su aprobación y la certeza de que estaría dispuesta a responder con sinceridad a lo que vendría después. Ella me dijo que estaba de acuerdo y me contó todo con más detalles para que yo pudiese contarle al director. Al sonar el timbre del recreo, fui a la oficina del director y le conté lo que había sucedido y, también, lo que pensaba. Él se quedó demasiado sorprendido, aturdido, decepcionado, triste; sin duda, fue una noticia que le afectó un montón, pues, además de tratarse de un profesor de su colegio, era su amigo. Después de hacerme unas preguntas, me dijo que era algo inaceptable, que era demasiado grave, que el hecho de tan solo haber tomado bebidas alcohólicas estaba muy mal. Me comentó que él siempre había sido una persona muy solidaria, con muchas virtudes, que siempre había tenido una relación horizontal con los alumnos y que jamás había pasado algo así. Yo entendí absolutamente todo lo que me decía, pues pensaba lo mismo y me sentía igual. Mi director me dijo que él iba a tomar las medidas necesarias, que tenía que escuchar a mi amiga y, también, a mi profesor. Así fue. Después de haber conversado con él y de ver que no había evidencia de que eso no haya ocurrido, en vista de que no negó nada, tuvo la seguridad de que el acto pasó tal cual se había contado. Por si fuera poco, otra de mis amigas, al enterarse de que hubo alguien que tuvo el valor de contar eso, perdió el miedo y fue, sin dudarlo, donde el director y le contó que a ella también la había tocado.
De esa manera, fueron más los motivos para tomar la decisión de pedirle a mi profesor su renuncia. Aunque nos chocó ver la hoja con su firma, sabíamos que era lo correcto y que, no por pena ni lástima, se podía dejar pasar algo así. A pesar del gran cariño que sentimos por él, porque de verdad habíamos compartido muchos momentos gratos, teníamos claro que eran las consecuencias de sus propios actos y que, además, es una gran oportunidad para que se corrija y empiece a hacer grandes cambios en su vida y en su persona. Por fin, sentimos que el problema había sido resuelto, pues ya no tendrán que estudiar atemorizadas en un ambiente en el que se encuentra una persona que por su descontrol les había hecho un gran daño. El hecho de verlo todos los días no las ayudaba a superar lo que les había pasado. Recordaban una y otra vez el momento y se atormentaban mucho.
Todo esto me hizo reflexionar mucho y pensar en todas aquellas personas que, por miedo a lo que podría pasar, se quedan calladas, cuando en realidad hablar es lo mejor que podrían hacer, pues, además de ayudarse a sí mismas, ayudan también a las demás. Al tener este coraje de hablar, “pasan de ser víctimas a ser héroes.”
Gracias a que mi amiga tuvo el valor de afrontar aquello que la tenía aterrada, se han evitado muchos casos similares; se tomarán, ahora, medidas más responsables en los viajes de promoción; y, lo más importante, ¡ella se siente tranquila y sin ningún peso encima! Pudo ser muy difícil al principio, pero todo lo que nos cuesta vale la pena y sobre todo vale la alegría. ¡Nunca debemos callar cuando una persona nos falta al respeto por miedo a lo que vaya a pasar! ¡No tengamos miedo de hablar! Sin darnos cuenta, al hablar, podemos ayudar a muchas personas que están pasando por lo mismo, pues solo basta que una dé el primer paso para que otras se animen a darlo, pues lo común que quien lo ha hecho con una lo ha hecho también con otras, y no se detendrá sino que avanzará más si nadie dice nada.
Por otro lado, pienso que una de las razones por las que una persona busca hacer estas cosas es porque existe un vacío muy grande en su corazón, uno que pide a gritos amor, pero que, al no darse cuenta que es aquella falta lo que la hace sentir así, lo busca aprovechándose de las personas más frágiles, especialmente de las mujeres. De esta manera, en vez de encontrar el amor que tanto anhela, solo se aleja de él y se convierte en una persona egoísta, pues busca su propia satisfacción sin importarle el daño que le hace a la otra persona. Por eso, no podemos confundir una cosa con la otra. Nosotros hemos sido creados para vivir un amor puro, uno que nos promete la felicidad infinita. Todos merecemos ser amados de verdad y, por lo tanto, ser respetados y valorados por lo que somos. No nos cansemos de respetar y de exigir respeto, especialmente a quien pretende pasarse de caricias con nosotros. No nacimos para ser usados como objetos, sino para ser amados. ¡No lo olviden!
Especialmente a las jóvenes las aliento a que sean valientes y defiendan siempre su valor y dignidad como mujeres: ¡háganse respetar sin miedo!, especialmente de los que quieren ser y se llaman sus amigos, pues no hay mejor muestra de amistad que el respeto.
Asimismo, les digo:
A los que se sienten solos, ¡que no lo están! A los que sientan miedo de hablar, ¡que lo venzan! A los que no se creen capaces de defenderse, ¡que todos lo somos! A los que no creen en la importancia de esta opción, ¡que crean!, pues se los digo yo que vivo la castidad con mi enamorado: ¡soy muy feliz!
Desde mi experiencia yo los animo a optar por La Opción V, una opción contracorriente, una opción que no solo te ayuda a amar a tu pareja, sino también a todos, inclusive a ti misma/o, con un amor libre de egoísmo. Esta opción te ofrece algo que no te ofrece el erotismo y el sexo sin compromiso: ¡la alegría de amar y ser amados de verdad!
A., M., 17 años.
Artículo escrito para La Opción V
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